En plena sierra de Elche y con el calor apretando, lo último que esperaban encontrar los agentes de la Policía Local era a un hombre agachado entre los arbustos, rodeado por sacos rebosantes de caracoles. Pero no se trataba de una escena costumbrista ni de una simple recolección para el almuerzo: este «caracolero profesional» transportaba 150 kilos de caracol serrano, una especie muy valorada en la cocina levantina, especialmente en arroces y guisos estivales.
El hallazgo fue posible gracias al aviso de varios vecinos que alertaron de movimientos sospechosos de vehículos en zonas rurales. Cuando los agentes llegaron al lugar, comprobaron que no se trataba de un recolector ocasional. El volumen de la captura, distribuido en sacos listos para su transporte, delataba la presunta intención de comercialización, algo expresamente prohibido si los caracoles no proceden de criaderos regulados.
De la paella a la picaresca
Desde la Policía Local explicaron con tono irónico que «ir a la sierra y coger una docenita de serranas para hacerse una buena paella se puede entender y permitir», pero lo de este hombre iba más allá. Su actuación excedía con creces el límite legal y sanitario permitido por la normativa autonómica.
El Reglamento Forestal de la Comunidad Valenciana establece que sólo se pueden recolectar caracoles silvestres para consumo propio, con un peso total inferior al kilo. En el caso concreto del caracol serrano, el máximo diario es de 300 gramos. Todo lo que supere esas cantidades, y especialmente si tiene fines comerciales, constituye una infracción que puede derivar en sanciones por motivos medioambientales y de salud pública.
Una actividad con riesgo sanitario
El hecho de que no procedan de un criadero autorizado convierte a estos caracoles en un posible foco de enfermedades. «Pueden portar parásitos y no pasarían una inspección sanitaria», recordaban los agentes. Aunque el detenido no aclaró si su intención era vender los moluscos o simplemente darse un festín descomunal, lo cierto es que recolectar 150 kilos de caracoles silvestres sólo se explica desde una actividad sistemática y clandestina.
Bromas entre vecinos, pero multas serias
En redes sociales, algunos ilicitanos comentaban entre risas que nunca habían visto tantos caracoles juntos. Sin embargo, el asunto es serio. Además de la posible multa, este tipo de prácticas dañan el equilibrio ecológico del entorno, alteran los hábitats naturales y ponen en riesgo la supervivencia de determinadas especies.
Los agentes confiscaron la totalidad de la captura, y el protagonista de esta rocambolesca escena podría enfrentarse ahora a una sanción económica y a una investigación por delitos contra la fauna silvestre. Porque aunque el caracol serrano esté delicioso, no todo vale para llevarlo al plato.
