Jared Diamond, doctor por la Universidad de Cambridge (Inglaterra), explica cómo el intercambio de bienes por sexo, es decir, la prostitución, ha contribuido históricamente a nuestro proceso civilizatorio. Lo hace de la siguiente manera. La caza fue para nuestros ancestros una actividad cotidiana a menudo peligrosa, incierta y de riesgo objetivo donde destacaban los individuos más fuertes y eficaces, de modo que cuando el lance se consumaba con éxito el protagonista disfrutaba de un privilegiado estatus, pues una vez conseguido el estimado recurso de la carne éste adquiría valor de cambio y, con ello, una forma preferente de acceso al sexo y, por tanto, a la transmisión genética.
Para este autor, el intercambiar carne por sexo fue durante centenares de miles de años una forma de selección natural entre nuestros ancestros homínidos. La etología señala comportamientos homólogos entre los primates actuales genéticamente más cercanos –bonobos y chimpancés–, pudiéndose observar cómo las hembras se ofrecen sexualmente al macho cazador que utiliza su botín de carne como método de acceso a ellas. La caza así terminaría impregnando nuestro ADN de las mejores aptitudes para su práctica.
En resumen, todos somos cazadores genéticos, un cazador agazapado vive en cada ser humano.
De esta hipótesis se deduce que una gran parte de los humanos tendríamos genética cazadora, aunque esa inclinación tan sólo se manifieste epigenéticamente en ambientes culturales adecuados. Es decir, la posibilidad de que un cazador despierte dependerá de que su cultura se lo permita ofreciéndole la posibilidad de iniciarse por imitación y tutela social o, como diría el antropólogo Marvin Harris, por endoculturización, que es el proceso por el que una determinada cultura se tramite de padres a hijos.
Así las cosas, la genética cazadora sólo exhibiría su plenitud cuando el ambiente le es propicio y, cuando no, el instinto se sublima aflorando su virtudes –oportunismo, constancia, resiliencia a la frustración, etc.– en otros campos no necesariamente carnívoros –negocios, política, etc.–. En resumen, todos somos cazadores genéticos, un cazador agazapado vive en cada ser humano, y ¿saben por qué? Por eso, por ser humanos.