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Una campaña en redes sociales anima a los cazadores a conservar y estudiar las mandíbulas de los corzos

Un corzo ladrando. © Shutterstock

Los conocidos cazadores Pablo Ortega y Javier Iñurrieta han puesto una campaña en Instagram con el hashtag #guardalospiños con el fin de animar a los aficionados a la caza de esta especie a guardar y estudiar las mandíbulas de los animales que ‘cosechen’ en la temporada de caza del duende del bosque que acaba de comenzar. Si bien el estudio de las mandíbulas de los corzos cazados en otros países es habitual, no lo es tanto en España. Sin embargo, es una práctica que nos permitirá conocer a posteriori si con la valoración previa al disparo hemos acertado en cuanto a la edad del animal y la decisión de abatirlo.

De la costumbre de guardar las mandíbulas de los corzos para su estudio, dice Pablo Ortega que «no se derivan más que beneficios, pues la información que proporcionan sobre los animales abatidos es indispensable para juzgar el acierto o error de las decisiones de abate tomadas y resulta fundamental para una correcta gestión de la especie». «Puede decirse que la mandíbula es el DNI de cada corzo y que sin ella todo trofeo queda incompleto».

La clave, el desgaste de su dentadura

Cada pieza dental del corzo posee dos crestas, una lingual o interna y otra vestibular o externa. La primera es más elevada que la segunda y su desgaste menos evidente con el paso del tiempo. En las piezas podemos distinguir una cúspide anterior y una posterior, una cresta interna y otra externa, y un surco intermedio.

En ambas crestas se aprecian unas líneas más oscuras, de un color entre ámbar y café con leche y más o menos oscuro, que corresponden a la dentina. El diente o muela se compone de un esmalte externo de color marfil, duro y brillante, la dentina que constituye la mayor masa, y una cavidad pulpar.

En condiciones normales, la única posibilidad de interpretar de forma aproximada la edad de un corzo es a partir de la evolución del desgaste dentario. Éste se produce de forma centrífuga, desplazándose desde las piezas centrales –premolar 3 (PM3) y molar 1 (M1)– hacia adelante y hacia atrás, de modo que lo más importante es tomar cuenta del estado de las cúspides del primer molar (M1). En todo caso, este sistema permite discriminar entre cuatro clases de edad: crías, juveniles, adultos y viejos. La de adulto debe ser considerada con cierta precaución, ya que incluye ejemplares de entre dos y cinco años.

Gráfica que explica cómo calcular la edad de un corzo fijándonos en su dentadura. © Innova Ediciones

1 año. Es una cría cuando…

Presenta tres cúspides en el tercer premolar (PM3). Si sólo tiene dos, como en la imagen superior, se trata de un adulto.

2 años. Así son los juveniles

La dentina de la cresta masticadora interna del primer molar (M1) tiene forma de rombo. Además, se aprecia un surco medio, presente tanto en el lóbulo anterior como en el posterior. Otro dato revelador lo ofrece la cresta masticadora interna del tercer molar (M3), que muestra finas huellas de desgaste.

De 3 a 5 años. Es adulto si…

La dentina toma forma de media luna y se aprecia un surco medio del primer molar (M1), presente tanto en el lóbulo anterior como en el posterior. 

6 o más años. Viejos.

Es un corzo viejo cuando el desgaste del primer molar (M1) es acusado. La dentina adopta la forma de óvalo u oblonga. El surco mediano de la pieza dental ha desaparecido totalmente en los dos lóbulos, o al menos, en la parte anterior.

Teniendo esto presente podemos interpretar las mandíbulas que conservemos y las que vayamos coleccionando según el método que explicamos en la imagen superior. Puede parecer una complicada labor de investigador forense, pero con la práctica te puedes convertir en un auténtico experto en la identificación de la edad de los corzos por su dentadura.

       
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