Icono del sitio Revista Jara y Sedal

Científicos descubren por qué las aves pueden migrar sin perderse

Codorniz. © Shutterstock

Un equipo de científicos de la Universidad de Lund en Suecia ha descubierto la evidencia suficiente que sustenta la presencia de un gen migratorio en las aves que les permite no sólo llegar a sus destinos veraniegos, sino que les da la pauta exacta para no perderse en el camino. El estudio, del que se ha hecho eco la web National Geographic, expone que este dispositivo natural les permite distinguir el norte del sur a lo largo de sus rutas migratorias anuales.

Opera bajo el principio de un sensor magnético en los ojos, propulsado con una proteína específica. Los investigadores la denominaron como cuántica ya que está relacionada con los procesos físicos del comportamiento de átomos y electrones. Con todo lo anterior, este proceso es mucho más fino que el de cualquier GPS.

¿Cómo consiguieron averiguarlo?

En un laboratorio, los científicos probaron las retinas de petirrojos europeos (Erithacus rubecula) y su reacción con campos magnéticos controlados. Según los resultados del estudio publicado en Nature, con base en la proteína CRY4, las aves pueden ubicarse en el espacio. Los investigadores creen que el mecanismo se despierta cuando los electrones solitarios empiezan a funcionar como imanes minúsculos, con base en el fenómeno ‘spin’.

De acuerdo con la investigación, la precisión con la que logren ubicarse dependerá de la cantidad de esta proteína en los ojos de las aves. A pesar de que este fenómeno ya se observó en un entorno controlado, los científicos todavía no logran comprender el proceso al 100%. Según los biólogos, el CRY4 será determinante para entender la operación de esta brújula cuántica.

Lo que sí pudo observarse fue cómo interactuaba la proteína con la luz azul al ser aisladas. Para el CRY4, la cantidad de luz absorbida se modificó al exponerse a un campo magnético. Esto indica que la introducción de este factor impacta directamente en la producción interna de la proteína en los ojos de las aves. Es entonces donde se da lo que denominaron como «un juego de imanes cuánticos».

       
Salir de la versión móvil