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Armas, legítima defensa y legislación: ¿Por qué debe desaparecer el principio de proporcionalidad?

Un anciano con una escopeta. © Shutterstock

Hace unas semanas informábamos del encarcelamiento de un aciano de Ciudad Real que abatió a un intruso que estaba allanando su propiedad, lo que provocó una ola de indignación entre muchos ciudadanos. Desde ANARMA ya te hemos explicado qué pasa si matas o hieres con tu arma a alguien que entra en tu casa. En esta ocasión analizaremos la proporcionalidad en la legítima defensa desde un punto de vista fisiológico para explicar por qué debería eliminarse de la legislación sobre legítima defensa.

En este artículo, trataremos de explicar qué le ocurre a nuestro cuerpo cuando entramos en una situación en la que luchamos por nuestra vida contra otro ser humano. Cómo reaccionamos, cuáles son nuestras capacidades durante ese suceso y si podemos ser proporcionales en nuestra respuesta ante una amenaza de ese tipo.

Nos referiremos a lo que le sucede a una persona normal, que no ha sido entrenada para soportar este tipo de situaciones y que, por tanto, desconoce las técnicas de control de estrés de combate que se reciben algunos profesionales de la seguridad pública y privada. Tampoco será objeto de atención en este artículo dichas técnicas y los efectos que se consiguen con ellas.

Para ello nos hemos servido de uno de los libros que mejor explican este tipo de situaciones de máximo estrés: «Sobre el Combate” de Dave Grossman y Loren W. Christensen. Un libro cuya lectura recomendamos a todos aquellos que quieran profundizar en qué es lo que le pasa a nuestro cuerpo en este tipo de enfrentamientos y cómo se pude luchar contra ello. Una lectura que, desde nuestro punto de vista, consideramos imprescindible para miembros de las FCSE y FCS.

¿Debe desaparecer la proporcionalidad de la legislación sobre legítima defensa?

La respuesta corta a esta pregunta es sí. Sencillamente porque no es posible actuar racionalmente en un enfrentamiento en el que luchas por sobrevivir. Dicho con otras palabras, porque no somos capaces de decidir nuestros actos, por nuestra propia voluntad, cuando nos encontramos en un estado de conciencia alterada, cuando nos enfrentamos a una agresión que puede afectar a nuestra supervivencia o a la de nuestros seres queridos.

Esto, que a priori puede sorprender a muchas personas, no lo hará a aquellas que hayan sufrido situaciones límite, en las que se hayan tenido que enfrentar a situaciones de vida o muerte. Situaciones que les hayan producido verdadero pánico, es decir, un miedo irracional, insoportable e incontrolable.

Una mujer, con una pistola. © Shutterstock

La «fobia universal»

El pánico en una persona se puede desatar por diferentes situaciones u objetos, conformando lo que los psicólogos denominan fobias. Por ejemplo, se calcula que el 15% de la población tiene verdadero pánico a las serpientes. Hay otras fobias que afectan a más o menos porcentaje de la población, pero solo hay una que afecta a la práctica totalidad de todos nosotros, se calcula que el 98% de los humanos tenemos pánico a ser agredidos o asesinados por uno o varios semejantes. Es por ello que, algunos especialistas, han denominado a este tipo de fobia, “fobia universal”.

Una persona en estado de pánico o miedo insuperable, como se denomina jurídicamente, no es capaz de razonar, ya que su sistema nervioso somático, el que es responsable mayoritariamente de los movimientos voluntarios, ha perdido el control de nuestro cuerpo en favor del sistema simpático, perteneciente al sistema nervioso autónomo. Es decir, nuestras actuaciones a partir del momento de recibir el estímulo que supone un enfrentamiento, son ejecutadas sin intervención directa de nuestra voluntad.

¿Son todas las situaciones límite de vida o muerte iguales?

Para entenderlo más detalladamente vamos a explicar paso a paso que sucede en nuestro cuerpo y cómo afecta a nuestro comportamiento una situación límite de este tipo. Pero antes de comenzar, quiero señalar que hay otros tipos de situaciones límites donde nuestra vida corre peligro, como pueden ser un cataclismo de la naturaleza o incluso un accidente de tráfico. Curiosamente se ha comprobado, que en estos otros casos, los efectos a posteriori de estrés postraumático no se producen o son de carácter leve.

El manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM por sus siglas en inglés), la «Biblia» de la psiquiatría y psicología, señala específicamente que todas las veces que el factor causal de un estresor es de naturaleza humana, el nivel de trauma normalmente resulta más agudo y duradero. Es decir, cuando el que causa nuestro miedo, dolor y sufrimiento es otro ser humano, nos hace añicos y nos destruye por completo. Podemos llegar a aceptar y resignarnos que un accidente o la misma naturaleza nos quite la vida, lo que nos resulta inaceptable e insoportable, es que alguien nos arrebate nuestra vida o la de nuestros seres queridos.

El sistema nervioso autónomo: el sistema simpático

Decíamos al principio que el pánico que provoca un enfrentamiento con un criminal, cuyas intenciones desconocemos, provoca una respuesta fisiológica en nuestro cuerpo que hace que perdamos el control volitivo del mismo a través del sistema somático, en favor del sistema nervioso simpático que no podemos controlar conscientemente, dado que es parte del sistema nervioso autónomo.

Este sistema simpático es un sistema primario de nuestro cerebro, así como de otros tantos animales, y cuya principal función es la de preparar al organismo para responder con velocidad a estímulos externos (normalmente de vida o muerte). Su objetivo no es otro que aumentar nuestras posibilidades de supervivencia, tarea que hace extremadamente bien y que ha procurado que estemos aquí hoy en día como especie.

Cuando el sistema simpático comienza a tomar el control de nuestro cuerpo lo hace a través del sistema hormonal, concretamente utiliza la adrenalina, que junto con el cortisol son las dos hormonas del estrés. La diferencia, es que la primera es un neurotransmisor, es decir, les dice a diferentes órganos como deben comportarse sin nuestra intervención consciente. Cuanto mayor sea el estímulo de la amenaza y el miedo que ello nos provoca, mayor será la cantidad de adrenalina que nuestro cuerpo libere y mayor el estrés que alcancemos.

Existe una teoría denominada de la bañera, que compara a nuestro cuerpo condicho elemento. Un objeto que es relativamente fácil llenar de agua, podemos hacerlo a baldes, pero que tarda bastante en vaciarse por el sumidero. Pues así es nuestro cuerpo, puede llenarse muy rápidamente con grandes cantidades de adrenalina, pero tardará horas en drenarla tras el suceso. Naturalmente existen bañeras de diferentes tamaños y con diferentes tamaños de sumideros. Un cuerpo en buena forma física es una bañera grande y si está entrenado, conoce técnicas de drenaje.

Proceso de activación y fases de nuestra respuesta corporal ante un enfrentamiento

Se han hecho numerosos estudios sobre colectivos de personas que sufren enfrentamientos interpersonales con cierta regularidad en su día a día, concretamente entre policías y soldados. Seguro que algunos hemos oído que muchos sujetos sometidos a estas situaciones se han orinado encima o incluso defecado, la pérdida del control del vientre y de la vejiga es sólo la punta del iceberg de lo que realmente ocurre en el combate, cuando nuestro sistema simpático toma el control de nuestro cuerpo.

En el estudio de estas situaciones límite, se han verificado diferentes fases en el proceso de activación del sistema simpático, siguiendo una codificación de colores para una mejor comprensión del mismo. Estas fases son blanca, amarilla, roja, gris y negra, a las cuales asociaremos rangos de ritmos cardiacos.

Señalar que, estos rangos son con carácter general y que admiten algunas variaciones, dependiendo de las características y estado de forma de cada persona. Por otra parte, que nadie piense que es el mismo ritmo cardiaco que podemos alcanzar haciendo deporte, porque es completamente diferente. El ritmo cardiaco que se alcanza en este caso es por acción de las hormonas desencadenadas por el pánico.

Un dato, en el ejercicio físico tendremos la cara roja de la congestión, en el caso de la activación por el miedo, la tendremos blanca. Esto último es porque asociado al incremento paulatino del ritmo cardiaco, se produce un efecto de vasoconstricción. Parece ser que es un mecanismo defensivo de protección contra una posible hemorragia en las extremidades, concentrándose el flujo sanguíneo en el tórax y los órganos internos.

Con respecto a cuánto dura cada fase hasta llegar a la última, normalmente estamos hablando de segundos o minutos, dependiendo de nuestra condición física y si hemos sido entrenados para ello. El tiempo que podemos estar en la última fase pueden ser segundos o incluso horas, dependerá de la situación o circunstancias. No es lo mismo un enfrentamiento policial sorpresivo que puede resolverse en minutos o segundos, que estar emboscado en una situación de guerra, recibiendo disparos continuamente sobre nuestra posición durante horas.

Las diferentes fases: esto es lo que nos pasa cuando nos sentimos amenazados

Las fases describen el progresivo control del sistema simpático sobre nuestro cuerpo, en detrimento de nuestro sistema somático.

Así comenzamos con un primer estadio que podemos denominar fase blanca, donde te encuentras relajado y no estás preparado para ningún tipo enfrentamiento. Estás vulnerable, confiado, relajado e incluso despistado con respecto a tu entorno.

Fase amarilla

La fase amarilla es una fase en la que entramos en un estado de alerta básico y de reacciones básicas. Incluso podríamos situar en esta fase un nivel de conciencia enfocada, donde estamos concentrados en observar nuestro entorno y la gente que nos rodea. No hay una frecuencia cardíaca asociada en esta fase, como tampoco lo hay en la fase previa, la diferencia es más psicológica que fisiológica.

Fase roja

La fase roja comienza inmediatamente después de que se percibe la amenaza y el sistema simpático empieza a funcionar vertiendo adrenalina al flujo sanguíneo a través del sistema hormonal. Esta fase se desarrolla en el rango de las 115 a 145 ppm, y es en la que nos encontramos en nuestro nivel óptimo de rendimiento para la supervivencia y el combate. Inicialmente aumenta la frecuencia y fuerza de los latidos del corazón, dilata los bronquios del pulmón, dilata la pupila, aumenta la presión arterial, dilata los vasos sanguíneos que aportan sangre a los músculos esqueléticos de todo el cuerpo y estimula la producción de sudor.

Nuestras habilidades motoras complejas, tiempo de reacción visual y tiempo de reacción cognitiva se encuentran en su momento óptimo para el enfrentamiento. Ahora bien, ya en esta fase comenzamos a perder habilidades motoras finas, dado que comienza el proceso de vasoconstricción.

Fase gris

La siguiente fase en secuencia, es la fase gris, también denominada la fase de piloto automático, la cual se enmarca en el rango de las 145 a 175 ppm. Es una fase donde las habilidades motoras finas y motoras complejas se colapsan, además es frecuente que aparezca la simetría bilateral, lo que significa que probablemente lo que haces con una mano lo harás con la otra simultáneamente. En esta fase, mayoritariamente son las habilidades entrenadas las que funcionan como automatismos, aunque todavía podemos pensar e intentar mandar órdenes a nuestro cuerpo.

Fase negra

La fase negra o fase de las distorsiones perceptivas, es cuando sobrepasamos las 175 ppm, lo que supone entrar en la zona de colapso y daños catastróficos. Cuando la frecuencia cardíaca se eleva por encima de este punto, la efectividad del corazón y los niveles de oxígeno suministrados al cerebro decrecen ininterrumpidamente.

Nuestro cuerpo entra en una especie de círculo vicioso, mientras demanda más oxígeno, el corazón late más rápido para hacérselo llegar, pero no llega por efecto de la vasoconstricción, aumentando de nuevo la demanda al corazón. La consecuencia es que dejamos de pensar y es cuando se presentan con claridad las denominadas “distorsiones perceptivas” o la llamada también “caja de herramientas atávica”.

En esta fase solo seremos capaces de ejecutar acciones entrenadas con frecuencia y que gracias a la “memoria muscular” aflorarán de forma automática. Por ejemplo, marcar el número de emergencias o un teléfono previamente ensayado, recargar el arma, solucionar una interrupción de la misma, gritar consignas, tomar miras, etc. Especialmente si estas acciones han sido realizadas en entrenamiento táctico específico con inoculación de estrés limitado.

Hombre con una pistola oculta. © Shutterstock

Distorsiones perceptivas o la «caja de herramientas atávica»

Es en la fase negra de colapso, cuando nuestro corazón late por encima de las 175 ppm, cuando aparecen las llamadas distorsiones perceptivas o como algunos autores las denominan, la “caja de herramientas atávica”. Podríamos definirlas como un conjunto de anomalías que se presenta en la fase negra, que nos hace ver el mundo y percibir la realidad como en un estado alterado de consciencia, como inducido por las drogas o cuando soñamos.

En esta sección enumeraremos una lista de todas las distorsiones de las que se tiene constancia, en base a los estudios realizados por la psicóloga policial Alexis Artwohl. No todas se dan simultáneamente en los sujetos que sufren un enfrentamiento por su vida, siendo lo más común que sean solo algunas de ellas. También decir que no  son únicamente fruto de reacciones psicológicas, sino también de poderosos efectos fisiológicos causados por cambios biomecánicos en diferentes órganos.

Visión túnel y distorsiones de la profundidad. Vemos a la amenaza como si mirásemos a través de un canuto de papel higiénico, además percibimos a la misma más próxima de lo que realmente está.

Sonido amortiguado. Determinados sonidos como los disparos suenan amortiguados o incluso no se llegan a oír. Esta distorsión también suele darse por ejemplo entre los cazadores, cuando están en un lance especialmente intenso o ante el posible trofeo de su vida. Disparan contra el animal y, o bien no oyen el disparo, o lo oyen amortiguado, sin que posteriormente les piten los oídos. Una distorsión que parece darse tanto en fase amarilla como a principio de la fase roja.

Ralentización del tiempo. Vemos las acciones del agresor a cámara lenta e incluso podemos llegar a ver pasar los proyectiles, no como en las películas de ciencia ficción, pero si como los de una partida de paint-ball. Esta distorsión, que se pudiera considerar una ventaja en el enfrentamiento, lamentablemente se da en la fase negra, cuando tenemos anuladas nuestras capacidades motoras finas y complejas.

Efecto piloto automático. Las habilidades adecuadas para resolver el enfrentamiento afloran en modo automático, es decir, son ejecutadas sin pensamiento consciente en, al menos, el 75% de los casos. En el caso del librero de Ciudad Real, que era un gran aficionado a la caza y con más de 60 años de práctica en la misma, es lógico que tuviese arraigada profundamente una memoria muscular que le permitiese, cargar, apuntar, disparar y recargar.

Exclusión del dolor. Un ejemplo es cuando nos vemos envueltos en una pelea, durante la cual recibimos, arañazos, golpes, laceraciones, etc. No somos conscientes que se van produciendo hasta que llegamos a casa y notamos como nos duele todo el cuerpo, justo cuando la adrenalina comienza a remitir. En una situación extrema, podemos llegar a no ser conscientes de que estamos heridos por un disparo o por arma blanca.

Perseveración. Esta es una respuesta muy habitual, inducida por el miedo a una amenaza letal. Un ejemplo cuando vemos en un vídeo de autodefensa que la víctima dispara numerosas veces o sigue golpeando a su agresor intensamente hasta que sus sentidos le dicen que ha dejado de ser una amenaza.

Pérdida de voz. El tono de voz se va agudizando progresivamente hasta que ni siquiera podemos hablar o simplemente balbuceamos.

Parálisis. A veces, algunas víctimas de un enfrentamiento se quedan congeladas, al igual que personas o animales que se quedan totalmente estáticas mirando el vehículo que está a punto atropellarles.  Lo que delante de un vehículo o de un agresor con visión humana es una desventaja, se trata también de una estrategia de supervivencia antiquísima basada en disminuir nuestra detección ante depredadores con una alta percepción del movimiento (y que eran más rápidos y fuertes que el ser humano). Quizás este punto aporta, desde luego, una clarísima visión de hasta que punto el sistema simpático toma el control, cualquier ser humano sabe que ante un vehículo hay que apartarse, pero en cambio, ante un atropello inminente, muchas personas se quedan congeladas y son atropelladas.

Disociación. Es ver el enfrentamiento en tercera persona como si fuese una película, va asociada a la ralentización del tiempo.

Pensamientos intrusivos. Son típicos de una fase negra muy intensa, aparece durante el enfrentamiento y siempre junto con el tiempo ralentizado, pensamientos sin sentido o pensamientos sobre los seres queridos. Estos últimos suelen servir de motivación para salir airoso del enfrentamiento.

Pérdida de la memoria. Resulta común que en las primeras 24 horas se recuerde aproximadamente el 30 por ciento de lo que ocurrió, el 50 por ciento tras las 48 horas y del 75 al 95 por ciento después de 72 a 100 horas. Estos porcentajes se alcanzarán siempre y cuando haya al menos dos jornadas de sueño reparador. Aunque es bastante común que puedan quedar lagunas de memoria que nunca aflorarán en la víctima.

Consecuencias de una situación tóxica

Aunque el objetivo de este artículo ha sido explicar de la forma más comprensible que le sucede a nuestro cuerpo y mente durante un enfrentamiento, como colofón al mismo queremos señalar las consecuencias que pueden llegar a tener, dependiendo de las circunstancias que han rodeado al mismo y las características previas de la víctima.

Ante todo, debemos tener presente que estas situaciones de enfrentamiento son tremendamente tóxicas para nuestro cuerpo, con consecuencias a largo plazo. Sobre todo, si son sostenidas en el tiempo y se repiten con cierta frecuencia, especialmente si no nos ha dado tiempo a recuperarnos de situaciones previas.

Un ejemplo, durante los seis meses de asedio de Stalingrado en la Segunda Guerra Mundial, los combatientes soviéticos estuvieron sometidos al estrés del combate de forma continua, a lo que sumaron importantes carencias de sueño y alimenticias. Un estudio de las autoridades soviéticas, tras el conflicto, verificó que mientras que el resto de los veteranos morían en el rango de los 60-70 años de edad, los de Stalingrado lo hicieron en su mayoría entorno a los 40.

En un enfrentamiento de corta duración, como el sufrido por el librero de 78 años de Ciudad Real, nuestro cuerpo estará lleno de adrenalina sin consumir, que tardará horas en desaparecer de nuestro cuerpo. Esto hará que durante ese tiempo nuestro comportamiento se vea alterado y que posiblemente en las siguientes 24 horas no podamos conciliar el sueño, salvo que forcemos su drenaje a través de ejercicio físico intenso.

También decir, que los cuatro a cinco días siguientes, es considerado por los expertos un periodo especialmente delicado, en el que es crucial evitar volver a vivir una situación similar. Se considera que se abre una ventana temporal, donde otro incidente podría causar con seguridad un importe trastorno de estrés postraumático (TEPT). Es por ello que muchos jefes de policía estadounidenses, piden relevar a sus hombres de servicio durante cuatro a cinco días tras un incidente armado.

En cualquier caso, se trata de un problema de salud mental que puede llegar a darse con una única situación vivida. El TEPT puede aparecer en las primeras semanas tras el suceso violento o incluso años después.

Las personas con TEPT a menudo vuelven a experimentar su trauma en forma de imágenes de escenas retrospectivas o «flashbacks», recuerdos, pesadillas o pensamientos de miedo, especialmente cuando se ven expuestos a acontecimientos u objetos que les recuerdan el trauma. Una situación que, si sobrepasa el mes de duración tras el enfrentamiento, requerirá de tratamiento profesional.

Conclusiones

De lo expuesto en este artículo, parece claro deducirse que resulta imposible que una persona normal en una situación de máximo estrés, como es la amenaza de un criminal, pueda racionalizar una respuesta proporcional, sencillamente porque desde un punto de vista fisiológico es imposible.

Cuando luchamos por nuestra vida, nuestro cuerpo entra en modo supervivencia, tomando el control nuestro sistema nervioso simpático. No es solo que no podamos pensar racionalmente, es que podemos llegar a un punto en que sencillamente dejamos de pensar, para actuar por puro instinto.

Esperemos que informaciones como esta y más profundas, de auténticos especialistas en la materia, lleguen a nuestros legisladores y se modifique la ley, de forma que la proporcionalidad desaparezca de la legítima defensa, como en 2019 hizo Italia.

       
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