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Bombazo en la agricultura: Científicos españoles descubren un nuevo uso para el hueso de la aceituna

© Shutterstock

El alperujo, ese residuo pastoso que dejan atrás cada año las almazaras andaluzas, vuelve a situarse en el centro del debate sobre sostenibilidad. Tras décadas viéndolo como un desecho problemático, un estudio reciente apunta a que su correcta gestión puede convertirlo en un recurso valioso para el campo. La investigación, publicada en The Conversation por María de los Ángeles Martín Santos y José Alhama Carmona (Universidad de Córdoba), abre una vía clara hacia un manejo más eficiente del residuo.

En el trabajo, elaborado por los grupos RNM217 y BIO187, los autores analizan el comportamiento del alperujo según su tiempo de almacenamiento antes del compostaje y evalúan cómo influyen estos plazos tanto en la calidad del fertilizante final como en las emisiones generadas durante el proceso. El estudio parte de una premisa conocida en el sector: el alperujo supone hasta el 80 % del peso de la aceituna molturada y contiene compuestos fenólicos y altos niveles de humedad, que complican su destino si no se gestiona adecuadamente.

Los investigadores compararon alperujo fresco con otros almacenados durante tres y seis meses. Los resultados apuntan a una conclusión nítida: los lotes con almacenamiento corto ofrecieron un mejor rendimiento y generaron menores emisiones de metano y óxido nitroso, dos gases con un impacto climático muy superior al CO₂.

Un proceso biológico que depende del tiempo

El compostaje, recuerdan los autores, es un ecosistema en miniatura. La temperatura regula la actividad de bacterias y hongos que transforman la materia orgánica en un fertilizante estable. En los primeros días predominan bacterias como Pseudomonas o Bacillus, muy activas en la degradación de azúcares y proteínas. Luego toman el relevo microorganismos termófilos capaces de descomponer materiales más resistentes, como la celulosa o la lignina, función esencial para eliminar patógenos y estabilizar el producto.

El almacenamiento prolongado, en cambio, reduce la diversidad microbiana y favorece especies más resistentes al calor, lo que ralentiza la descomposición y disminuye la calidad del compost final. Con un almacenamiento corto, la microbiota original se mantiene más activa y acelera la degradación sin necesidad de añadir inoculantes externos.

Además, durante el compostaje se reducen casi por completo los compuestos fenólicos responsables de la fitotoxicidad, lo que permite obtener un fertilizante orgánico seguro. Este punto resulta clave para su uso posterior en olivares y otros cultivos afectados por la pérdida de materia orgánica en el suelo.

Un recurso local para cerrar el ciclo

El estudio también confirma que mezclar alperujo con restos de poda, estiércoles o subproductos hortícolas mejora la aireación y puede reducir hasta un 50 % las emisiones de metano. El resultado es un compost más homogéneo, estable y nutritivo, útil para regenerar suelos y disminuir la dependencia de fertilizantes sintéticos.

Convertir este residuo en un recurso local aporta además una ventaja añadida: reduce costes y emisiones asociadas al transporte de materiales. Un paso más hacia un olivar más sostenible, productivo y resiliente frente al cambio climático, según concluyen los autores del trabajo publicado en The Conversation.

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