El siguiente vídeo recuperado en redes sociales muestra una campaña del Ministerio de Agricultura y el ICONA en los años 70. En él, un conductor frena su coche al ver humo y avisa a un agricultor. Ambos, con lo que tienen a mano, intentan apagar las llamas. La voz en off lo deja claro: «Su extinción es obra de todos. Colabore con Icona». Era un tiempo en el que se reconocía el papel clave de las gentes del campo en la defensa del monte.
El segundo anuncio que aparece en la filmación insiste aún más en la idea. La narración recuerda que un agricultor, un ganadero, un pastor o un simple peón eran los esforzados colaboradores contra el fuego, los verdaderos aliados para proteger la naturaleza. No se hablaba de prohibiciones, ni de burocracia, sino de implicación ciudadana y trabajo colectivo.
El papel del campo en la defensa del monte
La campaña reflejaba un mensaje contundente: el monte se salvaba con la ayuda de quienes vivían de él y lo cuidaban cada día. Era una llamada a la responsabilidad compartida que hoy parece olvidada. Mientras entonces se apelaba al compromiso de los trabajadores rurales, ahora muchas de sus tareas tradicionales conllevan trámites sujetos a permisos y más permisos o, incluso, denegaciones que les prohíben llevarlos a cabo.
Hoy día cortar leña, desbrozar una parcela o recoger piñas para encender la lumbre en invierno es, en muchos casos, un obstáculo administrativo. Esa desconexión entre normativa y práctica ha derivado en un abandono progresivo del monte, donde la vegetación se acumula sin control y se convierte en combustible listo para arder en cada verano.
Una política alejada de la prevención
Los anuncios de los 70 buscaban unir a la sociedad frente al fuego. Medio siglo después, los incendios son más devastadores, mientras la prevención real brilla por su ausencia. Los mensajes institucionales ya no apelan a la implicación directa de agricultores y ganaderos, sino que se sustituyen por discursos ecologistas alejados de la gestión práctica.
El contraste es evidente: en los setenta se señalaba a los hombres y mujeres del campo como la primera línea contra las llamas. Hoy, sin apenas inversión en prevención, con montes cada vez más cerrados y sin limpieza, se deposita toda la responsabilidad en servicios de extinción que llegan cuando el desastre ya es imparable.
Una lección olvidada
La lección que dejaban aquellos anuncios era simple: la conservación de la naturaleza era una tarea común. Reconocía la labor de quienes vivían en contacto directo con el monte y los convertía en protagonistas de su defensa. Hoy, en cambio, la política ha olvidado esa visión, sustituyendo la colaboración por la prohibición y el compromiso por la burocracia.
El resultado es un campo más abandonado y unos montes cada vez más expuestos a grandes incendios. Tal vez sea hora de recuperar el mensaje de aquellos años: el fuego se combate juntos, y el medio rural debe volver a ser parte central de la solución.
