El campo sevillano ya no luce como antes. En Carmona, donde el trigo, las pipas o el girasol marcaban cada temporada, los ojos ahora se topan con hileras de paneles brillando bajo el sol. No es una postal de ciencia ficción, sino el nuevo paisaje rural. Y todo obedece a una razón sencilla: el dinero. El mismo sol que seca la tierra hoy se paga a precio de oro.
La subida constante de la luz y los precios bajos del grano han terminado por empujar a muchos a buscar alternativas. Y la alternativa, esta vez, no viene de un nuevo cultivo, sino de un negocio distinto: alquilar la finca a una empresa fotovoltaica. En apenas un año, más de 200.000 familias colocaron placas en sus casas, y en el campo la fiebre avanza con paso firme. Nadie quiere quedarse atrás.
Carmona, de las mieses a los contratos solares
El propio alcalde lo reconoció en televisión: Carmona vive un boom solar. Veintiocho proyectos en tramitación y millones en juego. No es poca cosa para un pueblo que cuenta con 92.000 hectáreas agrícolas. Parte de esas tierras, antes dedicadas a la siembra, ya han pasado a producir energía.
Ahí está el ejemplo de José Portillo. Toda la vida sembrando, hasta que un día firmó con una compañía y cambió la azada por la renta fija. «Antes me llevaba 100 euros por hectárea durante la cosecha, ahora me pagan 1.900 euros», contaba con una sonrisa difícil de disimular. Ese salto le abre otras puertas: «Ese dinero me va a venir de maravilla para viajar y hacer cosas que nunca he podido». Habla sin rodeos, como quien por fin se quita un peso de encima.
Entre la costumbre y el futuro
Pero no todos lo celebran igual. En los bares, entre café y tertulia, el tema sale a menudo. Algunos aplauden la oportunidad, otros sienten que el pueblo pierde su identidad. «Ha habido un revuelo grande porque de toda la vida la gente ha estado cultivando sus tierras y ahora te vienen dándote un dinero por estar…», decía un vecino, resignado. Reconoce que la superficie cultivada ya ha caído entre un 20 y un 30 %.
El debate está servido. ¿Se sacrifica la tradición agrícola o se asegura la supervivencia económica? Hay quien lo ve como una traición a lo heredado, y hay quien cree que es la única salida posible. Al fin y al cabo, el sol siempre estuvo ahí, marcando las cosechas, quemando los campos en verano. Lo nuevo es que ahora se cobra por dejarlo trabajar. Y en Carmona, muchos piensan que este cambio, guste más o guste menos, ya no tiene marcha atrás.
