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Un agricultor da una lección a los especuladores: se niega a vender su tierra y ahora cosecha rodeado de pisos y asfalto

El agricultor cosechando rodeado de pisos. © Facebook

En una escena que parece más propia de un montaje cinematográfico que de la vida real, un vídeo grabado en Polonia ha puesto rostro a la resistencia rural frente a la expansión urbanística. En él, Michal Myslowski, agricultor de toda la vida, aparece cosechando cereal en su parcela, ahora completamente engullida por la ciudad. A su alrededor no hay más que edificios y calles asfaltadas, pero en el corazón de ese nuevo paisaje urbano, él sigue trabajando la tierra como lo ha hecho siempre.

El contraste ha provocado una oleada de reacciones en redes sociales. En la grabación, publicada en Facebook, se ve claramente cómo una cosechadora New Holland TC 4.90 avanza entre las espigas doradas, mientras, a escasos metros, se alzan muros de ladrillo y ventanas de viviendas recién construidas. El mensaje que acompaña el vídeo es tan sencillo como potente: «Este agricultor no quiere ceder su terreno, a pesar de que a su alrededor sólo hay calles y edificios».

Un gesto que se convierte en símbolo

Lejos de ser una simple anécdota visual, el caso de Michal Myslowski se ha convertido en símbolo de principios y determinación. Su negativa a vender su tierra ha sido interpretada por miles de usuarios como una lección a promotores e inversores que, durante años, han transformado tierras fértiles en urbanizaciones. Frente a la especulación, Michal eligió fidelidad.

La viralidad del vídeo ha amplificado su mensaje más allá de las fronteras polacas. Comentarios como «valiente», «resistente» o «un héroe» se repiten una y otra vez. Para muchos, su actitud representa la lucha silenciosa de tantos agricultores que prefieren seguir cultivando antes que renunciar a sus raíces por un puñado de billetes.

La tierra, algo más que una propiedad

Este gesto también reabre el debate sobre el valor real del suelo agrícola. No solo en términos económicos, sino emocionales, culturales y sociales. La finca de Myslowski es ahora un reducto, un testimonio vivo del mundo rural que resiste al empuje del asfalto. Su parcela, aunque pequeña y aislada, grita con fuerza que no todo tiene un precio.

En un mundo cada vez más urbanizado, donde la rentabilidad manda sobre el sentido común, este agricultor nos recuerda que la tierra no se hereda de los padres, se toma prestada por los hijos. Su firmeza ha convertido una escena cotidiana —la de una cosecha— en una llamada de atención que emociona, inspira y, sobre todo, hace reflexionar.

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