Durante varios años, Martí trabajó en Estados Unidos conduciendo cosechadoras y camiones agrícolas que recorrían miles de kilómetros entre Texas y Canadá. Lo hizo con la ilusión de prosperar económicamente y de vivir una experiencia laboral distinta a la que tenía en España. Su testimonio, compartido en el podcast Rutas de Éxito, refleja la realidad de muchos jóvenes que se ven obligados a emigrar para lograr un salario digno.
A los pocos meses de llegar, se sacó el permiso necesario para conducir los grandes camiones que se utilizan en las campañas de recolección. A partir de ahí, su vida se convirtió en una sucesión de jornadas interminables y carreteras sin fin, siempre tras la mejor cosecha. «Podías sacarte más de 80.000 euros en un año conduciendo un camión», explica.
Jornadas de más de doce horas
Aunque las cifras eran altas, el ritmo de trabajo también lo era. Martí recuerda que sus días empezaban antes del amanecer y terminaban de noche, con turnos de hasta 14 horas diarias. En alguna ocasión, llegó a conducir durante 36 horas seguidas para cruzar la frontera canadiense antes de una tormenta de nieve. «Nunca pregunté por mi salario porque mi sueño era llevar una cosechadora de 12 metros», comenta. «Pero es verdad que los que llevan camiones grandes pueden ganar hasta 140.000 dólares».
Pese a las largas jornadas, asegura que aquella etapa le permitió aprender más sobre el sector agrícola y sobre sí mismo. «En Estados Unidos se trabaja muy duro, pero también se valora ese esfuerzo. Allí entendí que la constancia y la profesionalidad abren más puertas que los títulos», relata.
El alto coste de la vida americana
El agricultor catalán también subraya los elevados costes sanitarios en Estados Unidos, un aspecto que considera decisivo para quienes piensan emigrar. «Curar un corte que requiere cinco puntos puede costar 2.000 dólares, y una enfermedad grave como el cáncer puede alcanzar los 200.000 dólares», advierte. Por eso, dice, la mayoría de trabajadores intenta ahorrar todo lo posible durante los meses de campaña.
Tras varios años en el extranjero, Martí regresó en 2015 a Girona. Estudió Ingeniería Agraria y montó una empresa de gestión de granjas de pollos. «Ahora puedo estar comiéndome una paella una hora después de trabajar», dice entre risas, consciente de que la calidad de vida en su tierra no se mide solo en euros.
