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Vacaciones playeras vs torcaces estivales

Es posible que ahora te encuentres en la playa, rodeado de arena y mar. Y, a pesar de ser un entorno idílico, también es posible que tu mente esté muy lejos, esperando escaparte y disfrutar de una jornada de media veda. Tal vez así dejes de preguntarte con qué plomo se baja una gaviota, o cómo sería su pelotazo…

17/8/2018 | Antonio Cástor


La distancia, no sé por qué, hace que las cosas se valoren más, como desde otra perspectiva. Esta distancia no siempre es física: de hecho, si no fuera por los atascos borreguiles, estamos hablando de poco más de hora y media desde la puerta de mi casa. Pero me siento lejos… a tomar por saco de lejos. El mecanismo de defensa del alma cuando el presente no es como a uno le gustaría es escapar hacia los recuerdos, los pensamientos… hacia un mundo mejor; aunque no es buena solución porque esta actitud le encrespa a uno los nervios.

Tiene que ser eso, si no no me explico lo que me sucede a mí en estos días de verano. Yo quisiera ser como esa gente de ahí adentro, ésta de aquí alrededor. Yo quisiera estar achicharrado, en salazón y con arenilla hasta en el cielo de la boca y poder estar así de feliz y sonriente. A mí no me va esto de ser ‘el vigilante de la playa’. Los críos no paran quietos y con tanto retoño ajeno pululando no hay manera de tenerlos localizados. El verano que viene les compro un collar de becada a cada uno, decidido. ¡Menudo sinvivir!

Vosotros os reís, pero es complicado de verdad. Tengo que estar debajo de esta mini sombrilla de saldo porque mi mujer decía que ‘sobraba’. ¡Claro, a ella sí le sobra! ¡Cómo no le va a sobrar si ella no se pone debajo ni un segundo! Los tuaregs se quedan a la altura del betún; yo me la juego con cualquier beduino a que mi mujer se cruza el Sáhara silbando y sin cantimplora. ¡Qué aguante tiene la tía! Y yo aquí, chepado para no torrarme el lomo y con los dedos de los pies encogidos como un gato, justo por donde llega el corte del sol, caldeando como un pollo nuevo de octubre con Tragacete detrás. Lo de mantenerme a salvo de la arena va a ser complicado. Tengo tres churumbeles que van a solucionar la crisis de la construcción: ¡aquí hay trabajo para España! El mayor ya tiene a medias una urbanización ilegal a pie de playa, la niña un castillo de princesas y el pipiolo pequeño está a dos paladas de encontrarse algún kiwi de Nueva Zelanda.

Adelantando el tiro a la gaviota…

Yo no valgo para esto. ¿La obligo yo a pegarse el madrugón para venirse al monte y andar todo el día aperreada haciendo lo que no le gusta? Pero el menda no tiene opción. Mi mujer tiene el morro telescópico y cuando se le tuerce el carro de la playa despliega todos los tramos de un tirón. ¡Si al menos pudiera leer! Yo sumergido en un buen libro de caza no doy ningún castigo, no soy así de cascarrabias. ¡Pues tampoco! No hay quien se concentre porque cuando levanto la cabeza y no los veo se me sube el estómago a tocar la campanilla. ¡Sí hija sí, tú échate bronceador que todavía no estás morena! Eso, así, muy bien. En las plantas de los pies todavía no has cogido el tono. Vuelta y vuelta hasta que te pongas como un grajo. ¡Válgame la orden qué calor!

¡Huuuuy, cómo viene! A 20 metros sobre los caños, despaciiito, cadenciosa; ¡ni me ha visto! ¿Con qué habrá que tirarle a estos bichos? ¿Con 4ª o 5ª? A esta distancia da igual, le adelanto con el rastrillo un palmo por delante de lo amarillo y… seguro que le habría pegado un gaviotazo al hombre de la fiambrera. ¡Poco habría faltado! Pero la condenada sigue ignorante hacia el puerto. ¡El paso que tienen en el rompeolas es cualquier cosa! Allí no me bastaba a mí esta mañana con un cajón. Con el rabillo del ojo capto a la señora de al lado contemplándome extrañada con el labio y el ceño retorcidos. Me ha pillado encarado, y me da más calor todavía del que hace. Sin mirarla siquiera cuco el ojo y retuerzo con cara de esfuerzo el astil de plástico: «¡Pablo, no te sientes más encima del rastrillo que te lo cargas!». ¡Mientras haya críos a los que echar la culpa!

¿Cómo serán la tiradas de torcaces?

¡Ánimo Antonio que ya queda menos! Si no fuera porque entre la madre y los hijos me tienen ‘prendao’ iba a cambiar yo mis torcaces por estar viendo los pajarracos estos. Ya está todo segado. Con la cantidad de bancales de veza que tenemos sembrados en la sociedad este año, si no tenemos tiroteo no será porque no nos lo hemos trabajado. ¡Tiene que haber! ¿No va a haber? Si en Las Pocicas se veían unos bandos en junio que parecían un nublo, y eso sin salir los pichones del nido; porque ahora deben ser el doble. Aunque con tanta agua y tanta tormenta… lo mismo se han malogrado los nidos y los bandos han cambiado de zona, ¡búscale a ver! También nos esperábamos las fallas con la veza de La Ñora la media veda pasada ¿y qué? Al final cuatro palomuchas y gracias al cimbel, porque si no, para que acierten a pasar por tu puesto… Sin embargo, di con un rastrojo de trigo tranquilito al que nadie se había asomado que azuleaba de torcaces. ¡Qué par de mañanas me archivé en el disco duro! Sólo de acordarme me dan pinchazos debajo del ombligo.

¿Le habrán traído ya el cimbel nuevo a Paco? Dice que es enchufable, se va hasta los ocho metros y apenas pesa. Si me gusta tendré que pedir uno para mí. Cuando pasen los dos primeros fines de semana, y los que no sean torcaceros auténticos se aburran, se puede hacer un buen petate con las palomas de verdad y las de mentira. Es cuestión de que no te armen la traca alrededor y los pájaros no recelen, más aún si eres como Paco y tienes que esperar a tenerlas en el suelo para tirarlas ‘a escansagüevos’. Les hace unos barridos al ras que los cimbeles, si no fueran de plástico, habrían muerto yo no sé las veces.

¿Dónde estarán las tórtolas esta media veda?

Tendré que madrugar varios días a la vuelta para controlar los collados de salida y recogida, y después, cuando levante la mañana, sentarme con un bocadillo junto a los charcos y fichar por dónde asoman para cortarles la digestión en la hora del agua. Y por la tarde la misma operación, que con el ajetreo del día cambian las querencias y casi siempre tienen otros pasos distintos.

No llega ya el primer día que pueda escaparme a la media veda, no. ¡Digo yo que este año no debe ponerme pegas por pasar el día en el monte! Para eso estoy aguantando aquí, como un tío.

¡Aaaah amigo! Ahora lo entiendo. ¡Claro, no me digas; así sí se comprende! A toda esta gente de aquí alrededor, de ahí adentro, no le gusta la caza, ni le da botes el corazón de pensar que ya ha llegado la media veda, ni la mayoría sabe cómo suena el pelotazo de una torcaz cuando la enganchas y baja como un ovillo desde allí arriba. Para ellos, el verano es azul… por el mar. Para mí es azul… por las torcaces. ¡Sí hija sí, te echo crema! Disfruta ahora, que si Dios quiere después me toca a mí. ¡Isabel, si me echas arena encima otra vez vas a volver a probar los polos en Navidad!

       
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