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Luis Fernando Villanueva – 07/11/2014 –
Final del mes de julio. Siempre el celo del corzo viene con mucho retraso. Aún así, los últimos días pude ver algunas carreras e incluso permitirme el lujo de fallar uno bueno. En ese instante me emplacé para la berrea y así paliar las noches sin dormir que me esperaban pensando en aquel lance fallido.
Quince de septiembre. Embauqué a un amigo para que disfrutáramos juntos de los paisajes del alto tajo alcarreño. Le hablé de la presencia de bonitos venaos, además de algunos gamos, y el hecho de no haber abatido aún ninguno de estos últimos, le hizo decidirse definitivamente.
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La berrea está casi pasada y no escuchar las bramas de celo nos impide situarlos en mitad de pinares y sabinares.
Esa tarde la suerte estuvo del lado de mi amigo, eligieron hacer una espera en un “perdío” cuyas primeras lluvias de septiembre había permitido salir algún pasto verde. Un venao viejo, completo,  hizo cambiar a mi colega la idea del gamo nada más asomar al pelao detrás de su harén. Todo un lujo para cazar en abierto.
Al día siguiente, en unos quemaos cuyos brotes verdes se habían convertido en un manjar para el cervuno, pudimos divisar bastantes hembras y, con ellas, un venao con buenas hechuras, pero que decidí perdonar porque seguramente el próximo año sería un buen trofeo.
El cambio a otro cazadero nos hizo perder mucho tiempo y teníamos la mañana echada. Decidimos recechar un pinar hasta la nave de Lorenzo, alcalde y buen amigo, con el objetivo de estar más encima de las querencias a los apostaderos. La suerte de encontrarnos con un bonito gamo nos permitió cerrar un viaje para recordar.
Y es que la caza, la naturaleza, te dejan imágenes y sentimientos que hacen cicatrizar cualquier principio de estrés. Ya saben de qué hablo.
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