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Perdiz roja, ¿cómo le afecta el mal tiempo?

Perdiz roja. © Shutterstock

Por Jesús Duarte (doctor en Biología de la Universidad de Málaga)

El clima determina la productividad de las especies, llegando a condicionar su éxito reproductor de forma directa e indirecta. Para muchas de ellas el comienzo de sus periodos de reproducción está ligado a la existencia de lluvias. Los conejos tienen dos picos reproductivos, en primavera y en otoño, ya que son dos épocas de lluvias que favorecen el crecimiento de pasto, lo cual se traduce en la existencia de alimento que les permitirá sacar adelante las camadas.

Con la perdiz roja la cosa no es diferente: su fenología también está determinada por el clima. El celo comienza en enero-febrero, cuando ya existe una determinada cantidad de lluvia acumulada que garantiza la presencia de vegetación en el campo en el momento de buscar los lugares de nidificación. Las condiciones climáticas determinan también la disponibilidad de alimento de los perdigones: precipitaciones y temperatura permiten el crecimiento y el agostamiento de la vegetación y por tanto la abundancia de los insectos justo en el momento en que los huevos eclosionan.

Reza porque no se adelante la cosecha

La productividad –el número de pollos de los bandos– y los cocientes de edades –el número de jóvenes por adulto– están íntimamente ligados, por ejemplo, a la temperatura en mayo o la cantidad de precipitaciones en el mes de julio. Pocas lluvias o un excesivo calor pueden reducir la cantidad de vegetación disponible y con ello la cantidad de proteína animal –insectos– para los pollos.

El clima también determina los tiempos de cosecha. Los cambios de tiempo, la sequía, el calor o las tormentas pueden producir que el grano madure antes de tiempo y se adelante la recolección de las cosechas. Estos adelantos no están sincronizados con la fenología reproductiva de la perdiz, y pueden producirse muchas pérdidas de nidos por recolecciones de cosechas en primavera. Esto es un problema en sí mismo, pero conlleva también que las perdices intenten segundas puestas. Normalmente estas puestas de restitución, que se realizan cuando ha fracasado una previa, suelen tener un menor número de huevos que las primeras puestas y también menos éxito.

La recolección adelantada de las cosechas se convierte también en un problema que afecta al hábitat, ya que los rastrojos no ofrecen la misma cobertura para los nidos ni para los pollos. Si se dejan tal cual aún puede haber ciertas opciones, pero si se laborea para sembrar una segunda cosecha las probabilidades de éxito de nuestras perdices se reducen aún más. Por otra parte, la cantidad de alimento que queda en el suelo tras la cosecha es poca. Ni hay mucho grano, ni la cantidad de insectos es elevada. Ello obligará a las perdices a aumentar sus campeos en busca de alimento, incrementándose así también la probabilidad de ser descubiertas por los depredadores en terrenos descubiertos.

Cuando no hay agua

La sequía conlleva una falta de humedad ambiental y de agua disponible en el campo, esencial para las perdices. Primero, porque su fisiología depende de ella; segundo, porque sin ella no hay vegetación ni insectos. La disponibilidad del líquido elemento condiciona la distribución de las patirrojas en nuestros cotos, como bien saben los cazadores y varios estudios ya han confirmado, viéndose obligadas a recorrer grandes distancias buscando agua cuando no la hay en sus áreas de campeo habituales. Durante estos desplazamientos corren el tremendo riesgo de ser depredadas.

A veces recurren a los cultivos con riego por goteo como fuente de agua. Los goteros pueden ser incluso una buena herramienta de gestión para el cazador ya que no sólo proporcionan agua, sino que a su alrededor siempre crece la vegetación fresca y con ella vienen los insectos, esenciales para los pollos. Sin embargo, los goteros también pueden ser un arma de doble filo ya que muchas veces son utilizados para fertilizar los cultivos vehiculando productos químicos por medio del agua. La fertirrigación, que así es como se llama el proceso, puede tener efectos nocivos para las perdices, como ya se ha demostrado con determinados productos químicos y tratamientos para semillas.

La sequía tienen otra faceta también importante: los excesos climáticos pueden provocar golpes de calor, fatales para los seres vivos. En el caso de la perdiz provocan que los huevos se sobrecalienten en los nidos, resultando inviables. También producen que las hembras tengan que levantarse más a menudo a buscar agua, lo cual puede no ser tarea fácil.

Agua sí, pero con moderación

Como ya hemos explicado antes, la lluvia es un factor esencial para la perdiz, porque de ella depende el celo y el éxito de la reproducción, la existencia de refugio, cobertura para nidificar y el alimento. De hecho, se relaciona la existencia de lluvias veraniegas con que los bandos sean más grandes. Sin embargo, que llueva mucho o de golpe tampoco es bueno. Los ‘nublados’, tan temidos siempre por los agricultores, también son enemigos de las patirrojas. El problema de las lluvias fuertes también afecta a los perdigones. Cuando son pequeños el barro dificulta su desplazamiento, y si se mojan pueden morir de enfriamiento. La dificultad de desplazarse también los hará más detectables por los depredadores y a la vez estarán menos nutridos: es decir, serán presas fáciles.

Minimiza los efectos del mal tiempo

No podemos controlar ni manejar el clima pero sí gestionar el hábitat y mitigar los efectos negativos de una mala temporada de cría debida a unas condiciones ambientales adversas.

La primera medida que un cazador de verdad debe plantearse tras una mala temporada de cría es la suspender la caza o reducir al menos los cupos para no dar al traste con lo poco que haya quedado en el coto. No hacerlo es una grave irresponsabilidad. La regulación de los cupos de acuerdo con la realidad del coto es la medida de ‘gestión climática’ más importante

Inmediatamente se deberían de implantar ayudas para la perdiz. Si el problema ha sido de sequía habrá que instalar bebederos o, mucho mejor, recuperar abrevaderos naturales y mantenerlos aunque sea con depósitos de agua. Muy probablemente la sequía habrá implicado que también haya escasez de alimento, por lo que los suplementos no estarán de más. Pero ¡cuidado!, los comederos fijos son puntos de atracción de depredadores.

Las siembras son la mejor de las medidas, sobre todo si se acompañan de riego o un punto de agua y son exclusivas para la caza. Pero si no es posible hacerlas y hay que recurrir a lo artificial, al menos que lo que se instale disponga de cobertura vegetal, lugares donde ocultarse y vías de escape. Un buen cercado anti-cochinos es también muy deseable.

Si el problema ha sido por tormentas o adelanto de cosechas podemos tratar de llegar a acuerdos con los agricultores para compensar un retraso en la recolección o facilitar rodales sin cosechar para que las perdices intenten de nuevo nidificar.

¿Cómo les afectará el cambio climático?

Escenarios más o menos agresivos de emisiones de CO2 y sulfuros, predicen un aumento progresivo de las temperaturas y una reducción de las precipitaciones en la Península Ibérica entre los años 2040 y 2070.

Estos escenarios climáticos han sido cruzados con la distribución de la perdiz roja. Así, conocidos los límites de tolerancia de la especie y sus necesidades biológicas, se puede predecir como un cambio previsible de clima afectaría a la distribución de la especie.

Los resultados obtenidos hasta el momento no apuntan a que la especie se vea afectada de forma significativa, al menos en términos de presencia en la geografía nacional. Es decir, seguiría habiendo perdices más o menos donde hoy día ya las hay. Probablemente, el hecho de que la perdiz sea una especie esteparia, habituada a los extremos climáticos, hace que los cambios que se esperan no le vayan a afectar demasiado.

Sin embargo, lo que estos modelos no predicen es cómo va a evolucionar la abundancia de la especie ni su éxito reproductor. Y esto si que debería preocuparnos, porque el principal problema de la perdiz no es otro que la reducción de sus efectivos poblacionales, acosada como todos sabemos, por una agricultura muy agresiva y agravado por la pérdida de identidad genética que nos han traído las repoblaciones.

Huevos atronados

© Shutterstock

La presencia de agua es fundamental para el éxito reproductivo de las patirrojas, pero que llueva mucho o de golpe puede echar al traste sus nidadas.

Las tormentas tienen otra incidencia sobre la perdiz mucho más directa y negativa. Las más fuertes pueden destruir los nidos, anegarlos, producir que la hembra se levante y los huevos se enfríen e incluso romperlos si cae granizo. El exceso de humedad en el suelo también perjudica y afecta al delicado microclima que la incubación requiere.

Mención aparte merece el conocido dicho popular de los ‘huevos atronados’, según el cual los truenos los dejan inviables. Está por demostrar que el ruido de las tormentas les afecte directamente, lo cual podría hipotéticamente ocurrir ya que el interior contiene delicadas membranas sensibles a los impactos sónicos, pero leyendas al margen los truenos sí pueden provocar que las perdices se levanten de los nidos y de esta manera se enfríen los huevos.

       
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