Miguel Ángel Martínez Martínez es un cazador de 39 años natural de la ciudad pacense de Almendralejo que, desde los 11 años, ha ido perdiendo paulatinamente su visión, pero no la pasión por el mundo cinegético, de la cual sigue disfrutando cada fin de semana acompañando a amigos a monterías, ojeos de perdices, tiradas de palomas o de zorzales. Este viernes, Martínez será protagonista de un amplio reportaje en el diario Hoy, un día antes también narra a la redacción de Jara y Sedal su bella historia.
«No soy ciego congénito, sino de discapacidad visual adquirida», comienza explicando, señalando que esa discapacidad le afectó al nervio óptico desde los once años «y progresivamente he ido perdiendo vista hasta el momento en el que no veo prácticamente más que luz», añade Martínez. «Tengo conciencia visual de haber ido de caza de pequeño, pero con el tiempo los recuerdos se van perdiendo», expone.
Ahora, lleva acompañando a cazadores unos años, «principalmente amigos de la Universidad que de forma profesional se dedican al mundo rural y que siguen practicando la caza». De profesión, Miguel Ángel es maestro y psicopedagogo, aunque se ha estado dedicando a la educación especial y a la atención específica de niños con discapacidad visual en los últimos años, si bien ya no ejerce.
Así vive su afición Martínez
La de la caza para Martínez es una afición que lleva muy dentro: «Al juntarme con gente y amigos que practican la caza, me la contagiaron. Soy un amante de la naturaleza y el hecho de padecer una discapacidad no quiere decir que no puedas tener gusto por otras cosas para las que no se necesita la vista. Yo vivo la caza de otra forma: intento sentir todos los contextos en los que ésta se practica, tanto en los cotos intensivos como en las fincas abiertas, e intento vivir en primera persona cada uno de los ecosistemas», expone Martínez. «Es una experiencia única, y es bonito sentir cómo corren las reses, cómo cantan los pájaros, cómo identificar unos y otros sin la necesidad de verlos…», enumera.
El cazador, según explica, «se orienta mucho por el oído también, y en mi caso es cuestión de adaptarlo y saber ajustarlo a qué corresponde cada sonido». «Es un mundo en el que, si se tienen en cuenta todo lo que hace falta para adentrarse en el campo y en la naturaleza, el oído ahí es fundamental», sigue insistiendo. «Lo que queremos visibilizar con ese reportaje es que no hay que prescindir de algunos escenarios aunque no se tengan todos los sentidos para disfrutarlos», añade.
«La caza no es la práctica violenta de abatir la pieza, sino todo lo que conlleva el antes, el durante y el después de ese acto», añade sobre los valores del mundo cinegético.
En los últimos años acude de morralero
Martínez, en los últimos años, va de morralero: «Siempre tengo que ir acompañado, ya que en el campo abierto no tengo referencias para poder moverme; suelo acudir a la comarca de La Serena, a la comarca de Trujillo… alternamos principalmente las dos provincias extremeñas. Y casi siempre caza mayor, aunque también a tiradas de palomas o zorzales», expone.
Reconoce que «el lance con las reses es más emocionante que con los pájaros o los conejos». «Me interesa que estén a mano, porque escucho los animales grandes más de cerca», señala.
¿Cómo consigue saber cómo es el pelaje de un ciervo por el tacto?
Por último , nos explica cómo diferencia a los animales por su pluma o por su pelaje: «Se hace educando el tacto, aunando los conocimientos que te enseñan los propios cazadores con la exploración del tejido o del pelo en cuestión. Claramente no es igual el pelaje de una res que de otra, ni el plumaje de un ave que de otro. Ahí está la clave, en saber diferenciarlo», concluye.