¿Por qué en nuestra sociedad de cazadores hay un socio que es considerado toda una eminencia en la caza de torcaces? No hablamos de que sea un tirador espectacular, ni de que se gaste el dinero en cacerías de postín. Hablamos de que en igualdad de condiciones con el resto de miembros, en los mismos cotos e idénticos días de caza, es capaz de echarle media docena de palomas a la percha cuando todos se empecinan en afirmar que ese año no han entrado y colgarse un buen racimo de pájaros a poco que abunden. ¿Qué tiene este artista que a nosotros nos falta? Dinero para gasoil, algo de tiempo, ganas de madrugar y unos prismáticos es todo el equipo necesario para acabar el verano con un buen surtido de lances en la mochila.

La caza en media veda no consiste, para la mayoría de nosotros, en contratar con una finca y ponernos donde nos agracie o desgracie el sorteo. Este es un procedimiento normal para un bolsillo potente, pero un capricho que el cazador medio sólo se puede permitir de uvas a peras, cuando San Juan baja el dedo. El aficionado tipo las cazará en su coto o en su sociedad de cazadores y las estrategias a seguir serán distintas, dependiendo de si tenemos que competir por los mejores puestos con otros socios o disfrutamos de la tranquilidad de disponer de un terreno para nosotros y algún compañero más.

Cómo organizar las tiradas

Supongamos que contamos con un coto privado en el que tenemos palomas aquerenciadas en cantidad. Tenemos dos opciones: la primera, hacer un par de tiradas –una el primer día de temporada y otra al final– para todos los socios en los lugares donde estas aves se concentran para comer, beber o dormir, y pegar muchos tiros quemando las naves; la segunda, administrarnos esa riqueza palomera durante toda la media veda disfrutando de más jornadas. 

Si optamos por la segunda opción, el ardid consiste en encontrar los pasos de la paloma hacia sus obligaciones y tirarlas tan alejadas de sus paraderos como sea posible…, cuidando de no soliviantarlas. Lo ideal es que sólo unas pocas, las que entren por nuestro apostadero, se percaten de que se ha abierto la veda, y que los tiros no sean para el grueso más que un lejano rumor.

Así se tira menos paloma –aunque hay pasos incluso mejores que el destino–, pero podemos divertirnos muchas jornadas, dejando para el último o últimos días el explotar los lugares de máxima concentración de «pájaros», cuando ya poco importa si se malicia o no la querencia.

Todo esto es muy fácil de hacer cuando tenemos la seguridad de que nadie nos va a chantear el cazadero. Pero, ¿y si se trata de una sociedad de cazadores en la que hay que ser espabilado?

Pues está claro entonces: debemos aprovechar, si no se realiza ninguna clase de gestión ni se organizan las tiradas, lo que nuestra investigación nos descubra, cazando primero donde más densidad haya porque de nada servirá guardar el lugar si otros lo van a mancillar. Otro dato importante cuando descubrimos un buen paso: no es lo mismo tener las palomas controladas antes de abrir la veda, o cuando están muy tranquilas, que el día de la apertura, con el consiguiente tiroteo.

El valor de la experiencia

Un cazador recoge una paloma.
Un cazador recoge una paloma. © Ángel Vidal

Como anécdota recordar una valiosa lección que tuvimos que aprender un amigo y yo hace ya muchas temporadas: el día de la víspera, tras haber recorrido casi la totalidad de los acotados de nuestra sociedad sin controlar un paso decente de torcaces, fuimos a topar con un verdadero surtidor de ellas que, provenientes de unos yeros sembrados en un coto cercano, tomaban una ladera dentro de «lo nuestro», justamente a la altura de un morro pequeñito, a escasos 50 metros cuesta arriba.

Contamos no menos de 200 torcaces chorreaditas, sin grandes bandos, pasando todas por aquel punto, por lo que, como podréis imaginar, aquella noche dormimos poco, por la emoción y por el madrugón, pues a las 05:00 de la mañana estábamos parapetados en el punto estratégico para que nadie nos cogiese la vez. Sobre las 07:00 empezaron a vislumbrarse las primeras luces de coches, ésas que te hacen remover en el puesto y te llenan de incertidumbre: «¿y si nos estropean la fiesta?». Llegaron seis cazadores que, tras sobrepasar nuestra altura, continuaron hacia la cumbre de la ladera.

«¡Éstos no han investigado!», le dije a mi compañero muy ufano, y nos quedamos en nuestros «privilegiados» sitios. Lo que pasó una vez que llegó el día os lo podéis imaginar. En los aledaños se armó un traqueteo que ni las fallas, y las torcaces tomaban altura e iban absolutamente todas derechitas hacia aquellos «zorros» con más sabiduría que nosotros en las costumbres de la torcaz. Resultado: entre el amigo y yo tres pichones, y los seis colegas pidiéndose cartuchos unos a otros y con unos «haces» de palomas que sólo habíamos visto en las revistas.

Pero llegó la tarde, y pletóricos de «conocimientos» y «saber hacer» nos plantamos, en pleno sesteo, en lo alto de la cuerda. A eso de las 17:30, cuando estábamos hartos de caldear como pollos de perdiz, llegaron los amigos de nuevo, con su siesta echada y las cananas recompuestas: «¡esta tarde no tienen ganas de andar, se han quedado en los bajos!». Y de nuevo empezó el cachondeo.Tiramos más que por la mañana, pero sólo gracias a que alguna subía escapando de la balacera que les propinaron aquellos «cabritos» por las faldas. Desde entonces tomé nota: la torcaz por la mañana, en cuanto oye tiros, toma altura; pero a la tarde, sobre todo si no ha podido comer con tranquilidad, suele volar más baja.

Varios tipos de paso

La querencia puede variar si el día es ventoso, obligando a las aves a reducir su altura o utilizar otros trayectos.

Tenemos pasos por tradición, donde siempre se pega algún tiro por ser itinerarios de obligada utilización, y otros variables que dependen de querencias circunstanciales: una siembra atractiva, una poza formada tras alguna tormenta, un dormidero ocasional…
Encontrar estos pasos accidentales es lo que distingue al palomero con oficio. Una vez descubierto un buen paso hemos de controlarlo por la mañana y por la tarde si queremos cazar toda la jornada, pues es muy posible que varíe. Hay lugares en los que se puede vaciar la canana por la mañana y no pegar un tiro por la tarde o viceversa.

La querencia puede mudar también si el día de la cacería es ventoso, obligando a los pájaros a reducir la altura o discurrir por trayectos menos castigados por el aire. Es fundamental dedicar varias jornadas a hacer vuestras pesquisas correspondientes. Si encuentras un buen bando de torcaces comiendo en un rastrojo debes dedicar el siguiente amanecer a averiguar por dónde han entrado, si lo hacen directamente o se concentran en algún lugar antes, si vienen en grupos numerosos que arrancan juntos del dormidero o se reúnen en la siembra…

Ir a tiro fijo, sabiendo lo que hay y cuál es el mejor lugar para colocarse, permite aprovechar las jornadas y no desperdiciarlas sin saber dónde «poner el huevo», repercutiendo en nuestros resultados y en la cantidad de lances, amén del disfrute que supone la emoción de descubrir un paso, una siembra, un rinconcito que nadie conoce… La promesa de una tirada inolvidable.