La pregunta no tiene fácil respuesta, por no decir que, simplemente, no la tiene, así que la vamos a contestar, de momento, con otro interrogante: ¿es que el comportamiento animal tiene reglas fijas? En cualquier caso, y como no es un tema académico, nos basaremos en las opiniones de aquellos a los que hemos escuchado durante todos estos años, muchos de ellos esperistas experimentados, por lo que vamos a exponerlas y a intentar desmenuzarlas.

Teóricamente –o quizás debería decir ‘románticamente’– el escudero en la especie jabalí sería un machete joven que acompañaría en sus correrías nocturnas al viejo macho, al macareno que se las sabe todas y del que intentaría aprender parte de su dilatada experiencia. A cambio, para beneficio de su jefe y por ir siempre por delante de él, le serviría de aviso en caso de detectar algún peligro, exponiéndose, en el peor de ellos y si se confía demasiado, a pagar con su vida el error y librando con ello al viejo jabalí.

¿Qué dicen los esperistas?

Como digo, hasta aquí la teoría que entra casi en el terreno de la leyenda y que da un aliciente más a nuestras esperas. Teorías que nos encanta escuchar al calor de la lumbre del coto. Pero como decimos, vamos a intentar contrastar esas teorías y opiniones, presentando a los dos ‘protagonistas’ de la historia.

El señor es un ejemplar de jabalí viejo, solitario, resabiado, egoísta, gruñón y, sobre todo, desconfiado. Tiene en su anatomía las señales de cien batallas, tanto en forma de costurones en sus corazas laterales –fruto de los encuentros con otros machos en la época de celo– como las variadas cicatrices de mordiscos de perros en su recio pelambre. Le falta media oreja a causa de un agarre del que, apiolándose cinco canes, pudo librarse sin más consecuencias y al caminar se le aprecia una ostentosa cojera en el jamón de su pata derecha, causada por el balazo de un montero principiante al que, gracias a Dios, le comían los nervios a la hora de disparar. En fin, un cochino al que, ni hombres ni animales, debieran acercarse mucho.

Lección de vida para el jabalí escudero

Escudero, mito o realidad
Algunos creen que un buen macareno solo se agenciará un escudero cuando por la edad falle alguna de sus facultades.


Por su parte, el aspirante a escudero es un marranete de unos 40 kilogramos que quedó huérfano en una montería de la pasada temporada y que andaba sin rumbo fijo por el monte. Tenía raído el pelo y estaba muy delgado por haber pasado más hambre de la que le convenía. Al juntarse con el veterano macho y transformarse en criado pasará también a ser aprendiz, conociendo en el tiempo que esté a su servicio los trucos que en el futuro le valdrán para salvar su propia pellica.

Una opinión generalizada entre los esperistas es la de que si no existe el escudero nos lo deberíamos inventar. Abatir a un gran macho que lleva un ayudante tendría más lustre y categoría. Pero eso continúa dentro de las leyendas de los cazadores. Una de éstas dice que los grandes machos en plenitud poseen todas sus facultades al máximo y que sólo se agencian al escudero cuando, por cuestión de edad, les falla una de ellas –ya sea el oído, el olfato o la vista–. Éste, por su parte, no es tonto y sólo le falta la experiencia que procura adquirir rápidamente. Además, puede sacar provecho a los descuidos de su señor con alguna hembra y, en el futuro, quizás hasta le destrone, quedándose no con una jabalina sino con todo el harén.

¿Es realmente un escudero?

Bastantes aguardistas aseguran haber visto al supuesto ‘ayudante’ salir solo varias veces a comer al cebadero mientras escuchaban nítidamente al ‘jefe’ moverse entre el monte, pero siempre a cubierto y sin decidirse a salir a comer exponiendo su vida. Pero ese macho joven que en ocasiones paga con su pellejo su glotonería y escasa prudencia, ¿era realmente el escudero?

Todos sabemos que hay ocasiones en las que en pleno día, bien cazando menor con los perros o bien en una montería, nuestros auxiliares, al entrar en un zarzal, desencaman a un guarro viejo y, junto a él, a otro joven. ¿Asociación? Otros cazadores, al disparar de noche a un cochino mediano, han escuchado, desde lo profundo del jaral, a ‘alguien’ echando un buen ‘sermón’ seguido de una carrera. Se trataba de un ejemplar al que no habían detectado y que, seguramente, era más grande –y precavido– que el abatido.

A todos estos comentarios de experimentados aguardistas añadiría el de alguien que, con un buen razonamiento, dice que el guarro viejo, aunque no lleve siempre a otro jabalí como escudero, se escuda en los rastros y señales de otros bichos –zorros, tejones o aves– que son los que le van avisando de los posibles peligros. Además, controla los ruidos y olores extraños que encuentra en sus itinerarios. Es por estas precauciones que toman por lo que llegan a viejos. Pero esta teoría tampoco responde a nuestra pregunta.

Jabalí escudero ¿Una alianza fortuita?

Algunos afirman haber visto al jabalí grande empujar literalmente al pequeño para que éste salga el primero al claro donde puede estar el peligro… ¡Pero eso también lo hacen los venados! Otra buena teoría acerca de la existencia del escudero –pero que tampoco nos acaba de despejar las dudas– es que si existe tal asociación es fortuita, debido a que el guarro adulto, en la época de celo, no permite que alrededor de las cochinas haya otros machos que considere rivales, incluyendo a los jóvenes.

Estos machetes expulsados de las piaras empiezan a hacer su vida en solitario y, a veces, se encuentran con un macho viejo y se unen a él. Una unión que, por parte del veterano, no siempre es bien aceptada, al menos al principio. En esta alianza, el macho viejo sigue ‘haciendo su vida’ sin preocuparse mucho del joven que le sigue a todas partes pero aprovechándose de que ahora son dos narices a oler en lugar de una, y sin usar ‘conscientemente’ a su nuevo compañero como escudo protector, aunque en más de una ocasión éste puede salvarle de algún peligro. Esta asociación puede durar días o años en función de que el joven no suponga una amenaza real para el veterano.

Por último está la opinión de que el viejo macho, aunque no tenga un escudero ‘fijo’, puede utilizar a algún primalón en las ocasiones en las que intuye un peligro, dejando que el jovenzuelo tome la iniciativa… por si acaso.

Aquella vez que los vimos…

La única ocasión en que hemos podido sospechar la existencia del escudero, fue en una noche de espera donde vimos a un buen jabalí seguido por uno más pequeño. Pero no para dejar entrar a este primero. ¿Asociación fortuita? Nunca lo sabremos.

Por tanto, en cuanto a la existencia del dichoso escudero y contestando a la pregunta del principio, diremos que ¡ni quito ni pongo rey! Seguiremos con la duda y estaremos atentos en las próximas-muchas esperas.
¿Y tú? ¿Le has visto alguna vez?