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Incendios: de aquellos polvos estos lodos

Imagen de los restos de un incendio en Navarra. © Shutterstock

Sin duda la peor noticia del verano es que hayan ardido más de 200.000 hectáreas en toda España en lo que va de año. Las imágenes de la Sierra de la Culebra de hace unas semanas o las recientes de Tenerife o Burgos son espeluznantes. El destrozo es irreparable, vidas humanas, patrimonio, daño medioambiental. En muchos casos el trabajo de toda una vida devorado por el fuego.

Mientras esto ocurre el presidente del Gobierno de este país todavía llamado España sigue malgastando el tiempo en defender su nefasta gestión, está ocupado en sofocar otros fuegos, los de su Gobierno y su partido.

Siguen entrando en escena muchos catedráticos de la nada, expertos en casi todo que no aportan absolutamente nada.

La Covid, Putin y ahora el cambio climático. Siempre encontramos alguna excusa para justificar lo injustificable, para exonerarnos de responsabilidad. No seré yo quien ponga en duda ni niegue la mayor en lo referente al cambio climático y sus consecuencias, pero entiendo que ahora mismo es un debate  menor: lo prioritario es sofocar los incendios que aún siguen en activo y hacer autocrítica.

El abandono de los usos tradicionales y la despoblación del medio rural nos deja daños colaterales importantes, el fuego es uno de ellos. Los pueblos se mueren, ya no queda gente que desbroce el monte, que recoja la leña, ya no hay  ganado que pazca, el matorral lo invade todo y llega a las casas. Las políticas de prevención no existen, hay muchos intereses de por medio, a las grandes empresas les renta más gastar en extinción que en prevención.

Hace años que comenté lo que se avecinaba fruto de los recortes en el margen de maniobrabilidad de los pocos que aún se quedaban en los pueblos. Prohibir y prohibir, sirvió para invitarles a abandonar los pueblos. Los sabían que los fuegos de verano se apagan en invierno, sabían de la necesidad de hacer fuegos en el momento adecuado, lo que ellos llamaban fuegos «buenos» que servían para mantener los fuegos malos controlados si estos llegaban. La «reciella», cabras y ovejas, mantenían a raya el matorral. Todo eso se ha perdido, las restricciones de los usos tradicionales, los recortes, el afán de proteger a los animales  por encima de las personas nos lleva a la situación actual. Dar uso al monte es la mejor manera de protegerlo.

Nos dicen los expertos que son incendios de sexta generación, no sé si son de sexta, quinta o séptima, lo que no deja lugar a la duda, lo que es evidente es que legislar desde los despachos, desde el desconocimiento es un gran error. Cuando nos hablan de la España vaciada no me canso de repetir que vacías están las cabezas de aquellos que tienen que tomar decisiones que desemboquen en un beneficio sustancial al medio rural, un medio abandonado a su suerte desde hace tiempo. Lo preocupante y triste es creer que aquellos que nos llevan a esta situación son los que tienen que solucionarlo.

Lo único positivo de todo esto es comprobar una vez más el enorme sentido de la responsabilidad de bomberos, agentes forestales, protección civil, cruz roja y voluntarios. Una responsabilidad que contrasta con la irresponsabilidad de nuestros políticos. Vaya desde aquí nuestro apoyo, respeto y admiración al magnífico trabajo  que desarrollan, en muchas ocasiones trabajando con pocos medios tanto materiales como humanos, pero siempre buscando soluciones a nuestros problemas, tomen nota los politiquillos que son expertos en lo contrario, en buscar excusas para justificar su torpeza e incapacidad.

       
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