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Historias de caza: La Berestard del 12

La escopeta Berestard del 12.

Así fue que hace más de un año dejó este mundo traidor nuestro amigo Juancho Viola que, si no lo saben, fue un hombre de campo y caza. Tenía Juancho en su casa profusión de libros dedicados a esto que no nos da paz ni reposo: el gen cinegético que nos devora. Bien, amén de miles de libros, trofeos y el más complejo mundo variopinto de objetos relacionados con las armas y la caza, tenía Juancho un armero repleto de lo suyo. Item, escopetas no sé cuantas y no digamos rifles; amén de pistolas y revólveres. ¡Ojo! Todo absolutamente en regla, no en vano tenía permiso para armas dada su condición de cónsul. 

He ahí que con harto dolor un día le dijimos adiós a nuestro buen amigo y sus herederos –tres hijos y una hija– me avisaron para que me hiciera cargo de la Berestard del 12. Creo que a Pepe Murillo le adjudicaron una preciosa carabina de no sé qué calibre y un rifle magnífico a nuestro común amigo José Pasos Largos. Puse la Berestard a mi nombre en la Comandancia y, una vez en temporada, me la llevé un buen día a una mano que dábamos riberos del Guadiloba, hijo del Almonte y nieto del Tajo. La Berestard es una paralela del 12 con perrillos externos; preciosa, magnífica y de aspecto terrible. Tan terrible que el primer día se presentó Monsieur Renard y le adjudiqué una carga del doble cero que lo puso patas parriba. Tremendo tiro con la escopetona de mi amigo Juancho. Yo, más contento que unas pascuas, cavilaba los éxitos futuros que, sin duda, me depararía el uso de herramienta tan efectiva.

La Berestard, al maletón

Vinieron días caza chica y ahí, lo siento mucho, nada de escopetonas del 12. Yo, a las perdices y al conejito, con la paralelita del 20 que me va a la maravilla fiel. Claro está que no todos los días le damos a la caza chica ¡y tan chica la pobre! que mira que están los días menguados y cicateros para los amantes de la gente menuda. Así que… «Mañana a La Higuera», dijo Luis Felipe, «que anda revuelta de guarros y gandanos». La Berestard al maletón y vamos allá. 

Me tocó el penúltimo puesto de un ribero más largo que un día sin pan y como estábamos cuatro gatos ni veía al de arriba y menos al de abajo. Allí no llegó más que el viento altano portugués que nos tenía esmoreciditos, pero a Pepe el de Navalvillar de Ibor le entraron dos guarretes y les dio matarile tan lindamente. Yo, al cabo de la mano y sintiendo ya que aquello finiquitaba, fui a abrir la Berestar y no me pregunten cómo pero, mirando los caños al suelo, salió un fogonazo con tal fuerza que la palanquita para abrirla, en el retroceso, se me clavó entre el pulgar y el índice de la diestra. Un agujero que me llenó de espanto. Torniquete con una servilleta y en el primer coche al dispensario médico de Casar, donde me atendieron divinamente y me cosieron el roto con tres puntos de sutura. ¿La Berestard? Ahí en el armero. ¿Volveré a sacarla? Ya veremos, ya veremos…

       
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