Por Juan Salvador Calzas Prados

La expansión del capreolus hacia determinados territorios de nuestra geografía viene siendo algo habitual desde hace unos cuantos años, algo relativamente parecido a lo que experimentó el jabalí, con todos los matices y salvedades que la diferencia entre ambos se merece, pero comparable, por el hecho de la aparición de la especie en lugares no habituales. Si crees que tu coto puede ser una de esas zonas de expansión que ha colonizado el corzo, pero por ser inusual y un tanto desconocido para ti no puedes llegar a confirmarlo, no dejes de leer aún: te ayudaremos a encontrarlo.

Por qué ahora tengo corzos

La principal causa de expansión del corzo se debe a su carácter excesivamente territorial. La expulsión de machos jóvenes a nuevas zonas provoca que estos formen pequeñas familias en torno a otras hembras –también inmigrantes– jóvenes. Pero, obviamente, si la expansión se produce es debido a que el nuevo hábitat colonizado reúne las condiciones adecuadas para que esos corzos puedan sobrevivir en condiciones idóneas. Esas condiciones, de modo muy generalizado, tienen que ver mayoritariamente con la vegetación, que proporciona cobijo y alimento, y con el agua.

Otro factor que ha influido en la expansión del corzo es que su caza a rececho se ha convertido en una práctica ‘de moda’, y ahora son mimados sin miramientos por propietarios y administraciones. Finalmente, sin adentrarnos en otras causas mucho más técnicas, podemos decir que la alta densidad de cervuno en ciertas zonas de monte ha influido sobremanera en la expansión del corzo, ya que ambos compiten por el territorio y el pequeño duende del bosque se ve obligado a emigrar a otras zonas en las que se adapta sin problemas.

Sé que los hay pero ¿dónde los busco? 

El corzo es una especie eminentemente forestal y su dieta está compuesta por alimentos que pertenecen a especies arbustivas: aquí tenemos ya la primera pista. Si bien se alimenta también en siembras y prados frescos, se encuentra principalmente en zonas en las que el monte delimita a aquéllas: las zonas frontera.

En las épocas en las que el clima se torna suave y empieza a necesitar más energía, se decanta por zonas pobladas de árboles capaces de retoñar, cuyos brotes forman la principal fuente de alimento. Para esas fechas ya habrá desechado las siembras, pues habrá huido del sabor de los herbicidas empleados en casi todas ellas. Hemos de buscarlo por ello en zonas de arboleda caduca, riberas, campos de frutales, huertos y olivares poco frecuentados. Todos ellos, siempre que se encuentren cercanos a zonas de monte.

Su búsqueda depende de la estación

corzo
Corzo. @ Shutterstock

Con las primeras lluvias de otoño encontraremos al corzo cerca de rastrojos, donde la ricia empieza a brotar y sabe a fresca vitualla tras un seco verano. En invierno podemos buscarlos en las siembras aún cortas, cuando los tallos todavía andan vírgenes de fitosanitarios, porque suelen ser los parajes que antes verdean. El invierno y el verano son las épocas de menor actividad del duende. En la primera porque busca cobijo y, para optimizar energía, se vuelve más dormilón. Probablemente nos volvamos locos buscándolo entre el cobijo del monte sin éxito por lo que podemos centrar la búsqueda en las solanas del monte. Algo parecido sucede en verano, donde si la primavera ha sido benévola nos costará verlo entre la vegetación. También la disminución de la palatabilidad de los pastos veraniegos lo mantiene encerrado en el monte.

Sólo veremos al pequeño ungulado poco más de un par de horas al día, una al amanecer y otra al ocaso. Busquemos entonces fuentes de agua a las que acudirá regularmente al final de la tarde. La única ventaja que tiene el verano es que, durante él, se producen los mayores ‘picos’ de celo de la especie y puede que algún enigmático macho se deje ver empujado por la imprudente pasión. Todas estas pautas de búsqueda para ratificar la presencia de corzos en nuestro coto, lógicamente nos sirven para cazarlo. En cualquier caso, la premisa principal es no cargar aire.

Será producto de la casualidad que encontremos un corzo antes que sus rastros. Por ello, su búsqueda estará dirigida por aquellos rastros evidentes que nos encontremos. En alguna salida por nuestro coto encontraremos señales que bien pudieran haber sido producidas por el capreolus, pero no somos grandes recechistas castellanoleoneses y nuestro cerebro, que conoce bien el terreno, nos dice que es imposible que aquí haya llegado un seis puntas. Busquemos pistas.

Fíjate en las marcas en los árboles

Las escodaduras son probablemente el indicio más evidente. Y es que, en definitiva, la escodadura tiene esa función, marcar el territorio de un macho de corzo; lógicamente está destinado a otros congéneres masculinos, no a nosotros, pero hemos de aprovecharlo. La escodadura se produce al restregar el macho su cuerna sobre troncos de arbustos o árboles menudos. Ello produce la rotura y el descortece de la rama o el tronco. Suelen venir acompañadas de escarbaduras alrededor del mismo y la altura marcada no suele exceder 1,2 metros de altura.

Las huellas son otro signo a tener en cuenta, si bien los parajes que frecuenta no suelen permitir que se fijen en el suelo con facilidad. Es una huella del tamaño de la de un jabalí mediano, con los dos dedos bien diferenciados y convergentes hacia la punta formando una especie de corazón.

Los excrementos son relativamente fáciles de localizar –de hecho se utilizan como método para censar sus poblaciones– por encontrarse en pequeñas concentraciones. Recuerdan a los de oveja, si bien son más grandes, cilíndricos y con una pequeña puntita en uno de sus extremos. Las camas se localizan ligeramente escarbadas y con la hierba tupida. Tienen forma elíptica y normalmente presentan excrementos. Siempre estarán parapetadas por arbustos, rocas o incluso alguna cerca de piedra. Los arbustos ramoneados en sus puntas más jugosas suelen ser frecuentes signos de la presencia de corzos. Su voracidad con determinados vegetales le delata y la altura del corte es menor a la del ciervo. Prácticamente inconfundible. Una vez revisadas las pistas anteriores, una buena opción es fijarse en las alambradas, con objeto de encontrar pelo enganchado en los alambres. Será grisáceo, casi azulado y un tanto viscoso: ya tendremos una prueba real, palpable.

¿Cazamos?

Cuando, al fin, tenemos localizada una zona de nueva colonización y podemos afirmar la presencia de corzos, nos surge la irremediable pregunta: ¿preparamos alguna jornada tras ellos? No, en cotos donde la colonización es reciente no debemos cazar. Más bien debemos enfocar todas estas pautas y señales hacia el camino de la adecuación del hábitat y gestión de la población inicial hasta que, transcurridas unas temporadas, la densidad sea tal que la caza se pueda practicar. Para ello, lo más indicado sería censar la población y dejarnos guiar por algún experto. Tan sólo nos podríamos plantear abatir algún selectivo que perjudicase a la población.

Antes de buscarlo, lee esto…

  • Entre sus alimentos favoritos se encuentran brotes de zarzas y rosales silvestres.
  • Si no sabes por dónde empezar la búsqueda, elige lugares elevados para el avistamiento.
  • No deben faltar en tus paseos unos prismáticos de buena calidad.
  • El uso de reclamos manuales es legal y todo un arte, puedes recurrir a él.
  • Descubrir corzos exige paciencia, muchas horas en el campo y ciertos conocimientos.

El truco

Una vez convencido de la presencia de corzos en tu coto puedes tender un par de «trampas» para cerciorarte de su presencia. En primer lugar, la prueba de la manzana consiste en proporcionar uno de estos frutos, de vez en cuando, en las zonas más querenciosas. Son una golosina para el duende y les suele fijar. En segundo lugar podemos utilizar la sal: en determinadas zonas y en épocas de reposición corporal, un bloque de salitre es un gran atrayente al que los corzos son casi los únicos que acuden, confirmando así su presencia.