Sólo hay una cosa mejor que ir de caza: narrar la aventura a tus amigos y seres queridos. Hoy rescatamos cuatro de esas historias de esperas cochineras para contar, de manera pausada, alrededor de un fuego de leña crepitante.
24/4/2018 | Juan Ignacio Contreras

1. Un jabalí muy peleón
Cuando llega julio y las siembras cambian el verde primaveral por el color amarillento del verano arranca una época apasionante para el aficionado a las esperas. Tenía arrendado un término en Guadalajara, Retiendas, con pequeñas siembras rodeadas de monte. Buscando los movimientos de los guarros descubrí una siembra de trigo mocho en la que sólo entraba un jabalí. Comía por las orillas sin tumbar demasiadas espigas, y sus excrementos eran de un tamaño considerable. Elegí un día apropiado, con el aire favorable y media luna, pues los grandes sólo te dan una oportunidad. A medianoche escuché ruido de monte seguido del clásico mascar de un cochino comiendo. Me centré en una cabecera donde la siembra estaba más clara y al rato apareció. Disparé y pegó un arreón hacia lo espeso. Esperé un tiempo razonable antes de acudir al tiro: había sangre. Fui en busca de mi teckel y comenzó a latir a parado. Encontré una encina cercana a la reyerta y me subí a ella con la intención de ver algo de lo que allí sucedía… cuando el perro llegó buscando mi ayuda hasta el pie de mi atalaya con el jabalí encima. Alumbré con la linterna y sin pensarlo apreté el gatillo. Así es como abatí ese cochino más que peleón.
