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El corzo inglés: cazando un medalla de oro en los campos de Sussex

Simon K Barr durante el rececho del corzo medalla de oro en Sussex. © Tweed Media

El primer cérvido que abatí fue un corzo. Desde aquella primera salida guiada quedé totalmente enganchado a la caza mayor, algo totalmente distinto a la de aves. El reto es evidente: recechar a un animal cuyos sentidos están mucho más agudizados que los tuyos.

Has de tener la habilidad para acercarte sin ser detectado y afrontar la responsabilidad de ese único disparo, tu oportunidad de tener éxito. Además, es una modalidad esencial para la gestión de sus poblaciones y en gran medida solitaria, algo que me encanta. Por todo esto, el corzo siempre es mi primera opción cuando hablamos de cazar a rececho.

Parte de mi pasión por esta especie se debe a diversas circunstancias, tanto temporales como geográficas. Sus cuernas están terminadas mucho antes que las demás especies británicas –excepto el muntjac–, por lo que los enfrentamientos por el territorio comienzan en primavera y duran hasta principios de junio.

Simon con su perro en la finca de caza. © Tweed Media

El celo tiene lugar entre mediados de julio y agosto, cuando los días son largos, las mañanas claras y las noches templadas. Así, puedo trabajar todo el día y al terminar coger mi rifle y salir a cazar en la tranquilidad de la campiña británica… o aprovechar el amanecer para madrugar y salir en su búsqueda antes de que comenzar mi jornada laboral.

Pero el mayor atractivo es que puedo cazar corzos cuando quiero, por mi cuenta, en solitario. Además, son lo suficientemente pequeños como para poder ocuparme de ellos yo mismo, tanto para llevarlos y subirlos a mi todoterreno como a la hora de trabajar con las canales. Después, basta con un frigorífico y un congelador domésticos para enfriar y almacenar la carne lista para cocinar.

Una carne que es la misma durante todo el año: tiene sabor a caza, sí, pero no tiene tan fuerte como la del ciervo abatido durante el celo.

Caza por trabajo

La mayoría de mis expediciones de caza son de trabajo. Eso no quiere decir que no las disfrute por el reto que suponen, pero cuando viajo a lugares lejanos para cazar no son vacaciones. Cada día es un trabajo duro, con páginas de notas detalladas, miles de fotografías y la presión de no fallar.

A veces incluso aparece la ansiedad por saber si veremos siquiera las especies que voy a cazar. Y por fascinante que sea conocer a guías y otros cazadores, una gran parte del motivo por el que la mayoría de la gente caza es la posibilidad de estar sola en el monte. Con la caza del corzo tengo la suerte de gestionar unas cuantas áreas en Reino Unido, algunas cerca de mi hogar adoptivo de Edimburgo y otras de mi casa de Sussex.

En cualquiera puedo salir cuando quiera, con mi rifle, tomar mis propias decisiones… y estar solo. Y no necesito subirme a un avión para hacerlo. 

Un corzo inglés. © Tweed Media

Los corzos de Sussex

Diría que mi lugar favorito para cazar corzos es una gran finca en Sussex. No es que no me gusten las otras zonas que gestiono, pero por la calidad de los animales este pedazo de la campiña inglesa es insuperable. Cada año intento reservar unos días de vacaciones que coincidan con una semana del celo del corzo.

Y aquel fatídico 2020, sin ferias de caza ni viajes al extranjero, aparqué el estrés de gestionar una empresa durante una pandemia y un cierre patronal para realizar la escapada perfecta. Empecé la semana guardando el reloj en un cajón. Salía a las cuatro de la mañana, dormía a mediodía, volvía a salir hasta que se iba la luz y aprovechaba un par de horas de sueño para descansar antes de empezar de nuevo.

En años anteriores buscaba un trofeo que estuviera en su mejor momento, pero mis gustos han evolucionado. Por supuesto, para la gestión de la población cazamos hembras y machos débiles, pero ahora mi objetivo es abatir sólo los machos más viejos y con toda una semana por delante puedo permitirme ser selectivo.

Simon preparándose para cazar. © Tweed Media

Con el reclamo en la mano

La intensa rutina de mi ya tradicional semana de caza de corzo en Sussex me permite perfeccionar mis habilidades no sólo recechando, también con el reclamo. Llamar a los corzos es una experiencia increíble. Es interactuar con un animal completamente salvaje y casi comunicarse con él.

La emoción de chillar y luego ser embestido por un macho te pone los pelos de punta. Es un de las mejores experiencias que un cazador puede vivir. Aquel año 2020 viví algunas experiencias especiales, pero hay una que se me quedó grabada.

A las 5.30 horas el tiempo era perfecto: cálido, un poco húmedo y con el viento en calma total. Al ser pronto en el ciclo lunar los corzos estaban aún más activos. En esa época del año el campo adquiere una tonalidad distinta, con verdes que se suavizan, hierbas altas y apenas unas gotas de rocío ante el calor que padecimos ese verano.

Simon durante el rececho. © Tweed Media

Me había estado moviendo tranquilamente a través de un antiguo bosque de hayas y robles, deteniéndome, mirando y moviéndome de nuevo. Delante de mí pude ver un macho deambulando, pero no distinguir de qué tipo era. Me detuve, coloqué mi rifle en el bípode y reclamé. Aquel corzo se multiplicó por cinco, pero no pude distinguir si se trataba de machos o de hembras. Las cosas comenzaron a tomar forma después de un chillido o dos más.

El corzo original que había visto era un bonito macho y lo observé cuando empezó a empujar a unos cuantos jóvenes. Se trataba de un animal agresivo y decidí dar comienzo a un tenso tira y afloja. Él acercándose más y más y yo, tratando de moverme a una mejor posición aprovechando los momentos en que no miraba hacia mí.

Entonces, y sin previo aviso, desapareció. Por una fracción de segundo pensé que me había dado esquinazo, pero estaba dando vueltas. Antes de que me diera cuenta estaba a sólo 20 metros de distancia, ofreciéndome la oportunidad de verlo en su máxima expresión. Al instante pude ver que había perdido las luchaderas casi por completo y que sus rosetas, muy anchas, estaban inclinadas sobre su cabeza. No lo dudé y apreté el gatillo. 

El corzo medalla de oro. © Tweed Media

Tiempo para rendir homenaje

En esta semana de caza me gusta tomarme mi tiempo después de cada disparo. Me siento con el animal abatido, bebo un trago, celebro su vida. No es frecuente, en otras cacerías, poder disfrutar de esta manera, por lo que es para mí casi un momento sagrado.

Y este corzo se lo merecía.

Era grande como para ser medalla de oro y finalmente resultó ser mi primer trofeo con tal galardón. Podía ver que era viejo, que sus puntas estaban desgastadas y astilladas, pero sus cuernos todavía tenían una gran masa en la base adornada de gruesas perlas.

Así, sin guía, por mi cuenta y donde empezó mi vida de cazador, abatí un corzo medalla de oro.

       
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