He de reconocer que Asturias siempre me ha resultado mágica. Una tierra extraordinariamente bella, de verdes montes y negras minas en la que vayas donde vayas te encuentras con esa hospitalidad de las gentes humildes que lo dan todo por hacerte sentir como en casa. Por eso, cuando recibí la llamada de Rafa González Muñiz invitándome a asistir a la Feria del Salmón Capenastur, en Cornellana, y a recechar un corzo asturiano no dudé ni un segundo en aceptar.
Además, sería la excusa perfecta para compartir un buen rato de monte y cocina con David Montes, el chef salvaje que cada mes nos enseña a sacar el mejor partido posible a la carne de caza en estas páginas. Y como en esta casa nos gusta aprovecharlo todo, además pensamos que sería una excusa maravillosa para grabar el primer capítulo de Tierra de corzos, la próxima serie de Cazaflix, y poner a prueba uno de los últimos rifles en llegar al mercado español de la mano de Excopesa. Me estoy refiriendo al rifle de cerrojo rectilíneo Jakele J1 All Terrain.
Un entorno privilegiado
Nuestra aventura comenzó el 1 de abril, primer día hábil de la temporada en el Coto Regional de Salas, formado por unas 22.710 hectáreas de típico terreno asturiano y donde anualmente se conceden unos 30 precintos de corzo, aunque no suelen cazar más de 15. Desde 2020, la práctica totalidad de ellos los compra una sola persona, a la cual están muy agradecidos en la Sociedad de Cazadores El Viso, la cual lo gestiona.
Tal y como nos reconocía su presidente, Herminio Noval García: «El año de la pandemia nos quedamos con todos los precintos sin vender y él nos hizo el favor de comprarlos todos. Desde entonces se los queda todas las temporadas». El corzo asturiano en esta zona no tiene un trofeo muy grande. Además, desde 2008 la especie ha sufrido un importante descenso poblacional por culpa de los tristemente famosos gusanos del corzo (Cephenemyia stimulator). Para hacernos una idea, en aquella temporada se cobraron 74 ejemplares a rececho. Diez años más tarde, en 2018, esa cifra se redujo a 15.
Comienza el rececho
La mañana comenzó tomando un café en Cornellana, donde quedamos con David Montes y Alfonso y Tino, los guardas que nos acompañarían durante el rececho. Ellos conocen mejor que nadie esta zona y los rincones en los que los duendes se suelen dejar ver. La mañana no era muy buena para recechar. El viento era muy fuerte y amenazaba lluvia. En el horizonte podíamos ver las llamas de los incendios que, durante aquel fin de semana, azotaban Asturias sin clemencia.
Guiados por Alfonso realizamos varias asomadas a algunos prados, pero sin éxito. Las mejores horas de la mañana se fueron consumiendo mientras recorríamos algunos de los lugares más querenciosos, pero los corzos seguían sin aparecer. En una de nuestras últimas asomadas un macho se encontraba comiendo en un prado, pero el fuerte vendaval nos jugó una mala pasada ayudándole a detectarnos antes de que pudiéramos meterlo en los prismáticos.
La primera oportunidad
Eran las 12 del mediodía, demasiado tarde ya para encontrar corzos, pero decidimos cambiar de lugar y subir a una zona de montaña donde los guardas nos dijeron que suelen dejarse ver más fácilmente. Nada más llegar lo vimos. Estaba junto a dos hembras, en una gran ladera cubierta de tojo, al abrigo del fuerte viento. Era un macho joven aunque con su cuerna bien formada. Los guardas indicaron que podíamos tirar y miré al resto del equipo buscando aprobación. No era un ejemplar de ensueño para ningún trofeísta, pero su tierna carne le convertía en un candidato ideal para el propósito del viaje y del reportaje que estábamos grabando: su aprovechamiento en la cocina. Con la presión añadida de no fallarle al resto del equipo desplegué mi trípode y traté de ponerme cómodo. Encaré el Jakele J1, apreté la palanca que impide el disparo y busqué el codillo del animal, que estaba a 149 metros.
No tenía buena estabilidad, así que traté de apoyar mejor el rifle cambiando la posición del trípode cuando… ¡Boom! Sin quererlo, toqué el gatillo, que estaba con el pelo montado, y se me escapó un disparo que dio al traste con la oportunidad. El corzo huyó, aunque pareció quedarse escondido en el mismo barranco mientras yo me maldecía por mi torpeza. Con la última oportunidad de la mañana perdida, nos fuimos a comer.
Rececho de tarde
Durante la comida comenzó a llover con fuerza. Sin duda, era un día de perros más que de corzos. Aun así quedamos pronto con los guardas y decidimos volver al mismo sitio a ver si volvíamos ver al corzo de la mañana. El sol tomó el relevo a la lluvia y nuestro optimismo se recargó con la esperanza de que los animales, molestos por la lluvia, saliesen a alguna clara del monte para calentarse con los rayos del sol. Efectivamente, nada más regresar al lugar de los hechos, Alfonso lo vio. Era el mismo animal que nos encontramos durante la mañana. Estaba tumbado en una pequeña clara, rumiando, mientras los rayos del sol lo calentaban.
El telémetro indicaba 240 metros y era imposible acercarse más. Si nos aproximábamos lo perderíamos de vista, puesto que se encontraba en la parte superior de una ladera devorada por los tojos. Debería intentarlo desde allí y procurar realizar un tiro limpio para no dañar sus paletas. David las necesitaba intactas para cocinar. Esperamos pacientemente a que se levantara y ofreciese un buen blanco.
La espera se me hizo eterna. Cuando por fin se puso en pie su postura era perfecta. Empuñé la culata thumbhole del Jakele y busqué el codillo del corzo con el Zeiss V6 2-12×50 en su máximo aumento: no podía fallar. Lentamente, apreté la palanca delantera de seguridad para permitir el disparo y respiré hondo. Tras liberar un poco de aire de mis pulmones acaricié el gatillo y la bala Geco Soft Point de 170 grains del .308 voló directa hacia su corazón. Por suerte, entró y salió por las costillas, justo detrás de las paletas: un disparo de cirujano que ponía de manifiesto la precisión quirúrgica del rectilíneo alemán.
El mejor final
La muerte fue rápida, la carne se encontraba intacta y el lance estaba perfectamente grabado: no podía haber salido mejor. Era el turno de David. Él debía darnos una clase magistral de preparación y cocinado de la tierna carne del corzo que acabábamos de abatir.