Vivimos en la era de la tecnología y tenemos más jabalíes que nunca en nuestros montes. Por este motivo, su caza se ha disparado. Los cazamos durante casi todo el año, con frío, con calor, de día y de noche. Los aguardos nocturnos son una de las formas más efectivas de controlarlos cuando no se pueden dar batidas o monterías.

Y para ayudarnos a ser selectivos, el mercado se ha llenado de dispositivos de visión térmica que nos permiten ver de noche con una facilidad pasmosa. Pero antes de su llegada, mucho antes de que la tecnología invadiese nuestros zurrones, cuando el mercado aún no era capaz de producir artículos específicos para esta modalidad de caza, los viejos esperistas de jabalí ya se las apañaban para inventar sus propios artilugios.

Un foco para esperas con el faro de una bicicleta

Hoy que disponemos de potentes linternas y dispositivos de visión nocturna o térmica, ya nos hemos olvidado de artilugios como el que te mostramos a continuación. Algo que, seguramente, muchos cazadores que hayan nacido en el presente siglo no conocerán.

Se trata de los focos de espera que hace varias décadas se fabricaban de forma casera para las esperas de jabalíes. Las imágenes las ha hecho llegar a Jara y Sedal el cazador granadino Manuel Guillermo Guerrero Pulido, un apasionado de las esperas natural de la localidad de Deifontes, rescatan del olvido a este artilugio.

Guerrero explica que fue un regalo de un veterano cazador de nombre Carmelo Gómez, compañero de su padre durante las duras pero reconfortantes jornadas cinegéticas del pasado siglo. Están hechos con viejas luces de bicicletas y se nutren de una batería formada a base de varias pilas de petaca entrelazadas. Esta versión era mucho más ligera que la del foco del coche con una batería también de automóvil, que llegaron a emplear otros cazadores.

Carmelo, el creador de los focos, apasionado de las esperas

«La pasión de Carmelo, que ahora tiene unos ochenta años, ha sido siempre la espera del jabalí. Es muy amigo de mi padre y el primer aguardo de mi vida lo hice con él hace unos 20 años. Cacé un cochino», recuerda Manuel Guillermo.

La maña y el ingenio de Carmelo le llevaron a hacer este artilugio tan especial ayudado de varias chapas que, unidas entre sí y colocadas en el árbol, se encienden cuando la pieza está en la baña o en el comedero para disparar.

Guerrero explica que tal sigue siendo la afición de Carmelo, que día a día acude al coto social del citado municipio granadino con su motocicleta para revisar los pasos que los jabalíes dejan cada noche. «Yo aún cazo en ocasiones con estos focos, porque sin duda le dan un punto de romanticismo a las esperas, algo que no se puede comparar con nada en el mundo», concluye el cazador.

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