El protagonista de esta historia, el cazador Caco Sánchez-Horneros ya se pasó por la edición en papel de Jara y Sedal hace unos meses. El motivo fue narrar, con pelos y señales, su mejor día de montería. Pues bien, después de lo vivido este fin de semana creo que va a tener que reescribir la historia. Y es que conseguir cazar un enorme jabalí con un trofeo único es algo de lo que no todos los monteros pueden presumir.
El escenario de la cacería fue en Navalcallar, en los Montes de Toledo, lindando con la archiconocida Quintos de Mora. Allí la mancha es cerrada para venados pero el perímetro está cuajado de gateras que permiten entrar y salir a los jabalíes sin ninguna dificultad. Esto hace que las monterías sean una incógnita y cueste retener a los cochinos en la mancha.
Un puesto de montería conocido
Hace 17 años, con los pies en esa misma postura y en compañía de su padre, consiguieron cobrar otro gran jabalí, un macareno de esos que permanecen en el recuerdo, imborrable. Este fin de semana, y esta vez en solitario y encaramado en una torreta, soñaba con repetir la hazaña. Los primeros tiros no se hicieron esperar y las primeras reses se comenzaron a mover con el deambular de las armadas. Los disparos no cesaron durante toda la mañana pero ese gran jabalí con el que soñaba Caco no hacía acto de presencia.
Pasadas las 15:00 horas, ya se escuchaban las caracolas en el lado opuesto de la mancha. Las armadas más lejanas comenzaron a recoger los bártulos cuando, sin previo aviso, Caco escuchó un chasquido en el monte. «Algo está entrando, tiene que ser un guarro…», pensó. De pronto, un enorme jabalí asomo la jeta entre dos jarones a 25 metros del puesto. No era momento para dudar, así que el cazador se echó su confiable caja larga a la cara y metió al jabalí en el visor. Un disparo rápido, de puro instinto, dio con el cochino en el suelo de inmediato.
El jabalí de toda una vida como cazador
Nada más caer el jabalí, Caco avisó a su tío. Quería cruzar el cortadero para verlo cuanto antes. Sus sensaciones eran muy positivas, ya que al meterlo en el visor pudo distinguir dos velas blanqueando en su morro que presagiaban un trofeo imponente. Al llegar al animal no pudo contener la emoción. Soltó un grito de alegría que retumbó por toda la sierra y echó mano de su móvil para avisar a su padre, que estaba en otro puesto: «Papá, he matado el jabalí de mi vida. Ven cuando acabes de pistear porque es algo único». También avisó a sus primos, Alberto y Estefanía, como parte de la propiedad de la finca.
Tardaron en llegar por lo que Caco tuvo tiempo de disfrutar de su jabalí a solas. La emoción recorrió entonces todo su cuerpo. «En ese lugar, a esa hora, en esa finca, rodeado de amigos y familia… Es algo indescriptible. No se quién, pero alguien ahí arriba me lo mandó. Era mi guarro».
Un trofeo para el recuerdo
Caco se confiesa poco amante de mediciones y medallas, valorando mucho más el lance y la experiencia, pero como abatir un jabalí así es poco habitual, enseguida echaron mano de metro y calibre para hacer una primera valoración. La longitud de los colmillos es soberbia, presentando 10 centímetros fuera. Sin embargo, lo que más llama la atención es el grosor de las navajas, con 2,95 centímetros.
El jabalí entero ya está en manos de Taxidermia Garoz para su naturalización completa y, durante el proceso de desuelle, Ramón Garoz ha descubierto una antigua herida en el lomo. Un calentón de agujas producido por un disparo hace varias temporadas. Desde luego, todo un maestro de sierra, un titán de los Montes de Toledo que se libró de varias batallas, como demuestran las innumerables cicatrices que tenía por todo su cuerpo.