Por Jerónimo Cuesta
En la vida hay sensaciones a las que las palabras no pueden llegar. Existen momentos ya sea bien por las circunstancias personales o por el vínculo atávico que esos lugares tienen que se graban en lo más profundo de los recuerdos para no irse jamás.
Todos tenemos rincones y enclaves que nos aportan algo especial a los que le tenemos un cariño particular y, si existe uno para mí, ese es sin duda la Sierra de la Culebra en Zamora.
Los que ya me conocéis un poco sabéis el cariño especial que despierta en mi la tierra del lobo, donde crecí rodeado de monte y libertad recorriendo las mismas trochas por donde los venaos más grandes de España berrean cada otoño proclamando su reino.
Este año, como no podía ser de otra manera, volvía por aquellos rincones salvajes con la ilusión de un niño para practicar la caza en berrea entre escobas y brezales. Los que han recorrido sus sendas saben bien que es lo que se siente cuando uno de esos roncos bramidos retumba desde lo más profundo de un viejo pinar. «No sabemos ni lo que hay» repiten cada año los miembros de la guardería haciendo alusión a que en cualquier instante puede aparecer un monstruo de leyenda.
Nueva berrea, nueva ilusión
Dos días antes de las fechas adjudicadas por la reserva llamé a uno de miembros de la guardería que nos acompañaría en la cacería:
– ¿Cómo pinta este año? ¿Se ve algo curioso ya? –
–Sí, ya se están moviendo algunos de los grandes y ayer por la tarde han estado berreando como bestias desde las 18:30 más o menos. Creo que vas a poder grabar cosas chulas.
Los días previos es inevitable rememorar temporadas pasadas en las que aventuras y anécdotas nos han hecho forjar amistades con varios celadores, grandes responsables de la excelente gestión de la que goza esta reserva de caza.
Preparando el equipo, volvímos a elegir el 300wm como calibre a utilizar, pues tanto el gran tamaño de estos venaos como, en ocasiones, lo inaccesible de algunas de sus laderas, hacen que sea muy adecuado para este tipo de caza. Mochila, bastón, telescopio, prismáticos, cámaras, trípodes y un sinfín de achiperres preparados para tratar de disfrutar e inmortalizar uno de los espectáculos más bellos de nuestra fauna ibérica.
¿Acaso hay quien pueda dormir con normalidad con un plan como este? A mi desde luego que me sigue resultando bastante complicado.
Llegar y casi besar el santo
En varias ocasiones nos ha pasado lo mismo cazando en la Culebra. Ocurre que hay veces que todo sale a pedir de boca y las circunstancias juegan a tu favor para ponerte en bandeja un lance que finalmente no resulta ser tan sencillo.
Este año, en la primera tarde de rececho, al llegar al monte en la búsqueda de un venado tipo A2 (ciervo no trofeo o con defecto) que previamente había sido estudiado y catalogado por mi amigo y guarda de la reserva Rubén Báez, nos topamos con él a los pocos metros de bajarnos del coche según bajaba por una apretada ladera de brezos.
Puse la cámara a grabar mientras mi padre y Rubén le intentaban una entrada que resultó fallida porque el venao, algo mosqueado, cambió de aires buscando lugares más seguros.
He de confesar que me alegró enormemente que el venado se fuera, pues me gusta exprimir todos los días de permiso posibles en aquellas sierras para llevarme la mayor cantidad de sensaciones y experiencias posibles.
Una de cal y otra de arena
En la siguiente mañana tomamos la decisión de intentar entrarle a ese mismo ejemplar que cumplía con todas las características que estábamos buscando. Al llegar a una ladera cercana, uno de los guardas nos avisó por la emisora de que el venado venía corriendo a gran velocidad en nuestra dirección espantado de vete tú a saber qué.
Aún no nos habíamos bajado del coche por lo que detuvimos el land rover defender de inmediato y cogiendo rápidamente todos los trastos, nos pusimos en marcha para tratar de cortarlo, cosa que resultó imposible pues al llegar a un cerrete desde el que se dominaba la vaguada por la que el animal corría lo vimos a gran distancia con el sol de cara para observar que no había posibilidad de realizar un disparo con garantías de éxito.
Esto es algo que, bajo mi punto de vista, hay que llevar a rajatabla. Si el disparo no ofrece unas altas garantías es mejor ahorrárselo pues en muchas ocasiones se traduce en animales heridos, algo innecesario y por otro lado cinegéticamente inmoral.
El venado había vuelto a perderse entre los brezos a primera hora de la mañana. Algo que he observado tras cazar esta especie en varios puntos de España es que en las zonas de lobo y en concreto en la provincia de Zamora, en la que más me muevo, los venados tienen un grado de alerta superior al de otras zonas, por lo que el nivel de atención al entorno que le rodea es mayor a los de otras sierras lo que le añade más interés al reto de cazarlos, la dificultad, siempre la dificultad.
Nunca renuncies al esfuerzo y al sacrificio, nunca renuncies a la incertidumbre de lo imprevisible, nunca renuncies al fracaso, pues es ahí donde se forjan los días de gloria.
Ya por la tarde optamos por hacerle una espera con la esperanza de que volviera aparecer, sin éxito alguno. No obstante, he aquí la cal del día, cuando la tarde empezaba a dorar la sierra, algunos de los momentos más preciados para un amante de la naturaleza se revelaron ante nuestros ojos para regalarnos unas escenas de berrea realmente hermosas que traté de recoger como mejor pude con el objetivo de mi cámara, todo un privilegio, uno de esos momentos que te hacen sonreír por dentro, podéis creerme.
Un fallo muy acertado
El tercer día nos iba a deparar un acontecimiento de esos que solo está destinado a los verdaderamente afortunados. Por la mañana bien temprano, cambiamos de zona para buscar otro venao que reunía los requisitos del permiso pero que, siendo un animal viejo y resabiado, requería un disparo por encima de los 500 metros.
Nos propusieron la opción y aceptamos, pues con la ventaja que hoy ofrecen los visores con torreta, esas distancias hoy día son alcanzables con grandes probabilidades de éxito.
El animal salió por donde se le esperaba, imponente berreando desde las primeras luces del día para dar su flanco izquierdo a una distancia de 540m, ¡había que intentarlo! Y se intentó, pero un viento racheado, los nervios y la distancia mandaron el disparo varios centímetros fuera del cuerpo del venao.
No subestimen nunca el factor del viento racheado, he comprobado como a distancias de 300 metros pueden desviar una bala del 300 wm más de 50cm.
El venado se marchó altivo sin posibilidad de repetir un disparo ya de por sí difícil.
El acierto del fallo
Debido a que no pudimos consumar el rececho matutino nos decidimos a hacer una espera al venado de los dos primeros días. La tarde caía refrescando la sierra mientras aguantábamos a que el dichoso venado hiciera acto de presencia cuando un extraño sonido a jaras tronchadas se repetía una y otra vez a unos 200 metros de distancia.
-¿Qué es eso? No sé.
-Será un cochino, mira ver, ponle el telescopio.
Y cuando lo puse y comprobé cual era la fuente del sonido a ramas rotas, casi me da algo. Una hermosa pareja de lobos estaban devorando un joven ciervo en nuestras narices…
-¡Es el lobo!
–No jodas ¿Dónde?
–Ahí, debajo de la encina oscura la que está a la sombra.
–Ya lo veo ¡Pero si hay dos!
¡Qué estampa! Cuando te das cuenta de que estás viendo algo irrepetible, algo que muy probablemente no vuelvas a ver jamás, un escalofrío especial recorre tus sentidos y te sacude por dentro, es una sensación que no se olvida, como la del primer beso, se queda ahí para siempre.
Siento una enorme gratitud hacia la naturaleza por regalarme estos momentos tan preciados para mí. El valor siempre es una cuestión subjetiva claro está, y quizás yo sobre pondere estos encuentros, pero desde bien pequeño son los que me hacen sentir realmente vivo y los recuerdo con una enorme nitidez de detalles y cariño. ¡Tremendo!!
La última oportunidad
Después de un encuentro como el que habíamos vivido y además grabado yo me sentía ya más que satisfecho, pero quedaba ponerle el broche final a una berrea muy completa.
Y para ello, cambiamos radicalmente de lugar para, en la última tarde de permiso hacer una espera a un precioso venao con unas marcadas coronas que llevaba varias tardes berreando por la misma ladera.
Es curioso como algunos ciervos, una vez pasada la época de celo, desaparecen por completo de aquellos lugares como si la tierra se los hubiese tragado para volver a presentarse allí el año siguiente por fechas similares.
El caso es que era el último intento de aquella temporada en la Culebra, la última carta y decidimos jugarla allí, y nos salió, vaya que nos salió.
A la hora y media de estar esperando a que apareciera por su careo habitual lo oímos berrear en el fondo de la ladera para, a los pocos minutos, verlo aparecer lentamente entre las escobas. Una estampa preciosa con un venao muy completo, oscuro de cuerna con las puntas blancas berreándonos desafiante a unos 200 metros de distancia.
Me puse a grabar todo lo que pude, quería captar cada detalle de un momento sublime. Estas dichosas máquinas nunca llegaran a captar toda la esencia en su verdadera magnitud.
¡Qué momento! Mi padre se preparó y, cuando lo tuvo asegurado, acarició levemente el dorado gatillo del Mannlicher para cerrar así la etapa de vida de un animal completo, terminado que ya lo dio todo en su medio y que será aprovechado por algunos locos que aún guardamos el respeto, el aprecio y la admiración que los animales salvajes nunca debieron perder.
Llegado este punto siempre me pregunto, ¿acaso hay forma más ética y respetuosa para llevar un plato a la mesa que esta? Incontables horas de esfuerzo, dedicación, aprendizaje, conocimiento y selección que algunos pretenden resumir en el efímero momento de un disparo. ¡¡Cuanto se equivocan!!
Una cuestión de sensaciones
Hay muy pocas cosas en el mundo que me hagan sonreír de la misma manera que estos momentos cazando con mi padre y con mi hermano. La felicidad es una cuestión de sensaciones y para mí, la de estar en tierra de lobos, recechando en uno de los rincones más recónditos y salvajes de la península, me genera una gran cantidad de sensaciones y sentimientos, algunos encontrados, que convierten cada instante en algo realmente mágico.
He tratado de mostrar lo mejor que he podido qué es lo que se siente cazando la berrea por estos montes perdidos, con la única intención de enseñar al mundo que la caza tiene mucho más que ver con la vida que con la muerte, ojalá Dios bendiga por siempre la tierra del Lobo para que las futuras generaciones puedan disfrutarla pura y libre como yo lo hice.
Para finalizar, quería dedicar este reportaje a la guardería de la reserva que año tras año hacen que estos momentos sean posibles y en especial a mi padre, mi eterna referencia.