Calcular la edad de un corzo no es una ciencia exacta, pero sí una herramienta imprescindible para una gestión responsable de esta especie. Aunque el tamaño del trofeo es lo primero que salta a la vista, es en la boca del animal donde se encuentran las pistas más fiables para determinar cuántas primaveras ha vivido.
Averiguar la edad de un ejemplar en el campo es prácticamente imposible salvo que se trate de un corcino. En los primeros meses de vida, su librea moteada, su tamaño reducido o la cuerna incipiente en forma de pivotes ofrecen suficientes pistas. Pero a partir del año y medio, cuando ya se han desarrollado las primeras cuerna con tres puntas y los machos alcanzan cerca del 80% de su tamaño corporal, todo se complica.
El estudio de la dentadura se convierte entonces en el único método fiable. Por eso, la observación de la mandíbula inferior del animal abatido es una labor fundamental para el gestor cinegético que quiera conocer a fondo la estructura poblacional del coto.
Las claves de la dentadura
La principal pista para determinar la edad de un corzo está en el recambio dentario. Este proceso, que se completa entre los 12 y 14 meses, permite distinguir entre animales nacidos en el último año y ejemplares más adultos. El truco está en mirar el tercer premolar: si tiene tres cúspides, estamos ante una cría; si sólo tiene dos, ya ha mudado los dientes de leche.
Sin embargo, la mayor parte de los corzos que abatimos tienen más de un año. En esos casos, el análisis del desgaste del primer molar (M1) es clave. El desgaste se produce desde el centro de la boca hacia delante y hacia atrás, y modifica la forma de la dentina, esa parte más oscura que contrasta con el esmalte marfilado.
De cría a viejo: lo que dice su dentina
Un corzo juvenil de dos años presenta un M1 con la dentina en forma de rombo y un surco claro en ambas mitades. A los tres o cinco años, la forma se vuelve de media luna. Y cuando supera los seis, la dentina ya tiene forma de óvalo u oblonga, el surco ha desaparecido y las cúspides están muy desgastadas.
Esto permite clasificar a los ejemplares en cuatro grupos: crías, juveniles, adultos y viejos. Aunque la categoría “adulto” puede abarcar un rango amplio, entre los dos y los cinco años, sigue siendo una orientación muy útil para aplicar los criterios de gestión adecuados.
No sólo es cosa de dientes
El aspecto del animal también puede ayudarnos a estimar su edad. Los corzos jóvenes suelen tener un cuello fino, cabeza erguida y aspecto inquieto. En cambio, los corzos viejos muestran una actitud encogida, cuello ancho y corto y cuernas en regresión.
Con algo de práctica y un poco de método, cualquier aficionado puede convertirse en un auténtico experto en la lectura de mandíbulas. No hace falta ser forense, pero sí mirar con atención. Porque en esa boca gastada y oscura está escrita toda la historia de su vida.
