Todo comenzó el pasado 5 de septiembre con una llamada de mi amigo Aníbal Sáez: «Edu, ¿al final te vas a animar con el ciervo? Se va a adelantar la berrea y tengo que enseñarte el coto». Sus palabras volvieron a reavivar las ganas que tenía de enfrentarme a un rececho de venado en una zona abierta y salvaje como el Alto Tajo. Así que no dudé en organizar mi agenda para poder disponer de unos días libres a finales de septiembre.
Lo que a priori en otros cotos puede conseguirse en apenas unas jornadas, en esta comarca alcarreña se magnifica. Pinares impenetrables, acantilados de infarto y chaparrales en los que sumergirte turuta en mano en mitad de un harén de ciervas y sus opositores a cubrirlas hacen que, desde el primer momento, se te caiga la baba. Aquí la caza es de verdad y nadie regala nada.
Toma de contacto
Ante la ausencia de Aníbal, que muy pronto sería padre, Alberto Polo fue el socio que me enseñó los límites de aquel paraíso. Hace años habíamos coincidido y muy pronto sintonizamos nuestra pasión por la caza.
Intenté durante varias jornadas localizar algunos machos, pero los buenos se resistían y solo conseguí encandilar con mi desafinada berrea a algunos jóvenes incautos que, no obstante, aceleraron mi pulso ya desde los primeros compases.
Gracias al monocular Infiray AFFO25 que probaría durante varias jornadas, conseguí identificar a los animales que podrían ser mi objetivo de entre a gran diversidad de especies cinegéticas que pueblan estas sierras. Gamos, corzos y cabras monteses comparten hábitat con el venado, por lo que, decenas de ojos y oídos permanecían atentos a mis pasos cada vez que ponía un pie en el coto.
A priori hay quien pueda pensar que utilizar un monocular de visión térmica puede facilitar mucho las cosas. Pero en un entorno en el que la caza tiene tanta defensa como esta, no creáis que es coser y cantar. Dediqué 11 jornadas al completo -22 salidas de mañana y tarde- para conseguir ponerme a tiro de un par de ejemplares que al menos pudieran considerarse selectivos o representativos de la zona. De las medallas ni hablamos. Las hay. Pero aquí se viene a cazar de verdad, a sudar la camiseta y os aseguro que los venados de esta región me han puesto en mi sitio.
El venado del balcón
Después de varias jornadas en las que los ciervos alcarreños habían conseguido esquivar mis entradas. Por fin conseguí toparme con uno que llamó mi atención. Su cuerna abierta y de largas puntas asomaba sobre las chaparras de la ladera que tenía frente a mí. Estaba amaneciendo y el animal, proclamando a los cuatro vientos su intención de aparearse con las hembras que le precedían en la misma trocha, fue ganándome metros hasta que desapareció en lo más profundo del barranco.
Al no conocer la zona, me equivoqué en cada uno de los varios intentos en los que traté de ponerme a tiro. Él berreaba desde su ladera y yo le contestaba desde la de enfrente. Así trascurrieron dos horas hasta que, al final del barranco, ya sobre las 9:30 horas de la mañana, pude acercarme a unos 360 metros. Los nervios me jugaron una mala pasada y no pude meterlo en el visor. Qué se le va a hacer. Esa misma tarde efectuaría otro nuevo intento.
«Polo. Dime dónde asomarme para ver si puedo tirar a este venado», pregunté a Alberto. Le faltó tiempo para mandarme la ubicación del balcón al que solía acudir para cazar esa zona. «Deja el coche en las colmenas y te bajas al barranco. A este punto», me indicó.
Gracias al detalle del compañero conseguí esa misma tarde llegar a la zona donde había perdido la pista a mi objetivo esa misma mañana, pero esta vez desde un lugar más cercano a la ladera de enfrente.
Como por arte de magia y solo unos minutos después, escuché un ciervo berrear. «¡Está aquí!», me dije a mí mismo sin despegar los labios.
Un lance a la carrera
Empuñe el AFFO25 de Infiray para localizar al macho en la ladera de enfrente. Eran las 18:30 horas y ya caminaba por unas de las trochas donde al llegar había visto una hembra de cabra de largos cuernos.
Como un resorte me tiré al suelo para empuñar el rifle que ya había dejado en el suelo bien apoyado entre bípode y mochila. Medí la distancia con el telémetro. 220 metros. Solo seis clics de la torreta balística de mi visor y unos cuantos suspiros separaban mi dedo índice del gatillo.
Uno, dos, tres, cuatro… El disparo me sorprendió tras la cuenta que habitualmente hago en silencio antes de terminar de apretar el gatillo. El ciervo, visiblemente alcanzado por el proyectil de 140 grains que le había enviado, efectuó una pequeña carrera de unos 10 metros. «¿Dónde está?», me pregunté. Rápidamente volví a empuñar el monocular térmico para localizar al animal entre dos pinos. Un segundo disparo para evitar su sufrimiento y que el animal no huyera herido hizo que el voluminoso ciervo cayera abatido.
Durante los diez o quince minutos que me llevó relajarme y poder disfrutar por fin de haber culminado mi primer lance en esta dura sierra, comprobé en varias ocasiones, gracias una vez más al monocular Infiray, que el animal no se había movido del sitio.
Tocaba ahora marcar su posición en Google Maps para poder cobrarlo con garantías rodeando el gran barranco en coche y accediendo al punto exacto en el que había caído.
El cobro
David Rodríguez, otro compañero de coto, se ofreció a ayudarme en el cobro del animal. «Recógeme en el pueblo y te echo una mano». Dicho y hecho. Cordobés y madrileño nos desplazamos hasta el rastrojo más cercano al barranco en la parte opuesta a la que había disparado al venado. Unos 400 metros nos separaban de nuestro objetivo.
Cruzamos una primera depresión entre pinos para bordear la ladera por la que el ciervo careaba cuando disparé. A pesar de que David no había presenciado el lance, con solo enseñarle el lugar aproximado me llevó hasta solo unos metros del animal. «¡Ahí está!», pronuncié cuando por fin logré avistarlo.
El animal, con una cuerna para nada representativa de los trofeos que esconden estas sierras, sí se comportó como el duro oponente que te la juega veinte veces en una misma mañana.
Era el ejemplar que demostraba que por estos lares, si no dedicas todo tu conocimiento y esfuerzo, probablemente te vuelvas a casa bolo y no seas capaz de tocar pelo en toda la berrea. Quienes cazan en esta zona desde hace años, como el resto de los compañeros con los que he tenido el placer de compartir recechos en estas inolvidables jornadas, saben bien de la astucia de los animales. Pero lo que aquí se consigue, y puedo dar ahora buena fe de ello, se recuerda y se guarda como el mejor de los oros.
Un segundo ciervo en compañía de mi padre
Aunque la berrea ya había terminado. Aún me quedaba un último cartucho en la recámara. El fin de semana del 12 de octubre había decidido tratar de cobrar un segundo ciervo en compañía de mi padre que, a pesar de haberme acompañado durante varias jornadas, no pudo presenciar el lance anterior.
Aunque aún no lo sabíamos, el Día de la Hispanidad nos tenía reservado un precioso lance.
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La previsión del tiempo no era la más esperanzadora: la app que suelo utilizar para comprobar la climatología avisaba de lluvias y viento toda la mañana. Ya al salir del hotel en el que nos alojamos llovía a cántaros y el agua nos acompañó hasta llegar al acotado.
Félix, compañero de coto y que ese día también intentaría cobrar un ciervo en la zona, me escribió un WhatsApp para preguntarme cuáles eran mis intenciones: «No tiene pinta de parar de llover. ¿Qué vas a hacer?». Mi respuesta fue la de un ilusionado cazador que trataría de localizar algún ciervo aunque las condiciones climáticas no fueran las mejores.
Mi intención era la de asomarme a otro de los barrancos de la zona donde quizá los ciervos buscaran refugio en un día tan desapacible. Y acertamos. Nada más asomarnos y tras echar un vistazo a la ladera de enfrente con el Infiray AFFO AL25, localicé un macho junto a varias hembras.
Durante la siguiente hora traté de valorar al animal, que perseguía en su particular ‘berrea silenciosa‘ a un par de hembras. En dos ocasiones lo pude ver bien con mis prismáticos y, tras dialogar con mi padre sobre un animal que parecía portar un trofeo nada destacable pero sí selectivo, decidimos disparar si nos daba una nueva oportunidad.
Las dos hembras salieron poco después a un claro a 397 metros de nuestra posición. El telémetro me había chivado la distancia y ya había corregido la caída en altura del proyectil con el que trataría de abatirlo. La lluvia se detuvo y, gracias al monocular térmico, pude adelantarme a los movimientos del ciervo: se dirigía hacia las dos hembras.
Tumbado en el suelo y con las ciervas metidas en el visor escuché las palabras de mi padre que precedieron al lance: «Ahora sale al claro. Junto al pino pequeño». El estruendo del disparó fue el preludio del pequeño brinco y la corta carrera del venado. «¡Vaya tiro!», escuché a mi padre celebrarlo.
Tocaba por último cobrar el animal y dar buena cuenta de su carne. Lo que nos llevó varias horas por el rodeo que tuvimos que dar hasta llegar donde había caído.
Pero el esfuerzo mereció la pena. Me marcho del Alto Tajo con el morral repleto de momentos que recordar. Aciertos, errores, risas, lecciones, un buen puñado de nuevos amigos… Del campo siempre se marcha uno con algo nuevo aprendido. Y esta vez no ha sido una excepción.
@edupompa Vuelvo del Alto Tajo con el morral lleno de nuevas experiencias 💪🏼
♬ Wrath of God – Lone Monk Orchestra & Boca Octavian
Así es el monocular Infiray AFFO AL25 que hemos probado
El Infiray AFFO AL25 es un monocular térmico de última generación diseñado para ofrecer imágenes claras y precisas. Con un peso de solo 350 gramos, su diseño compacto y ergonómico facilita una observación de las piezas de caza muy cómoda. Equipado con un sensor VoX de 384×288 píxeles y una pantalla OLED de 640×480 píxeles, garantiza imágenes en alta definición y alto contraste.
Este dispositivo cuenta con conectividad WiFi, lo que nos permite compartir imágenes y vídeos directamente con nuestros dispositivos móviles o almacenarlos en su memoria interna de ocho gigas. La innovación del fabricante ha logrado reducir el consumo de energía, proporcionando una batería con una duración de hasta 7,5 horas.
El monocular está protegido contra el polvo y las salpicaduras de agua, gracias a su clasificación IP67, lo que lo hace adecuado para multitud de condiciones ambientales. Además, incorpora una función de espera o standby que permite detener temporalmente la observación, ofreciendo a continuación una rápida reanudación sin apenas gastar batería.
El Infiray AFFO AL25 ofrece además cinco paletas de colores: «blanco vivo,» «negro vivo,» «paleta de colores,» «rojo vivo» y «resaltado de objetivo caliente,» permitiendo una experiencia de observación totalmente personalizada. La función Picture-in-Picture proporciona además un zoom en tiempo real de hasta 2x, junto con un zoom digital de 2.5/5/10x, manteniendo visible el resto del campo de visión para obtener una mayor precisión y versatilidad.
Con un precio recomendado de 1.359 euros, este monocular también incluye una suscripción de 12 meses a la revista Jara y Sedal si se adquiere a través de la web Central De Caza. Si estás interesado en esta última oferta, puedes adquirirlo rápidamente y recibirlo en tu domicilio a través de este enlace.