Con la llegada del verano, el aficionado a los aguardos de jabalí acostumbrado a las esperas en el cebo se encuentra un poco desubicado. Al existir mayor disponibilidad y variedad de alimento las entradas al maíz suelen ser más inciertas y la dependencia de los guarros es mucho menor, salvo excepciones. Lo normal es que en esta época tomen el panizo con poca ilusión, sin formalidad, a deshoras o que incluso lo desdeñen absolutamente. Hay esperistas que incluso renuncian a los cebaderos hasta que las cosechas no se recogen y anhelan volver a tener que abrigarse por las noches, señal de que el otoño está próximo al fin.
Sin embargo, para muchos otros esta es la época de ebullición máxima, cuando nuestros campos rebosan vida y son atacados por hordas de jabalíes de todos los tamaños, desde rayones con tan pocos días que a duras penas pueden doblar las cañas del cereal y necesitan a su madre para que se lo aplaste hasta los macarenos soñados que parecen ahora un poco menos astutos, como embriagados por un mar de alimento en el que tienen la engañosa sensación de estar a salvo. Lo cierto es que la maduración del cereal, legumbres… es una época preciosa para acudir de espera al campo, ya sea para colaborar con los agricultores o simplemente para disfrutar de una modalidad que a muchos nos ha robado mil noches de sueño.
1. Investiga y fíate de tu experiencia
Para abordar con probabilidades de éxito la espera en un sembrado lo absolutamente fundamental es el conocimiento de la zona, la investigación previa. Lo ideal sería que el agricultor nos acompañase al coto y nos dijese con exactitud dónde se encuentran las parcelas más del agrado de los jabalíes. Si sabemos dónde hay un trigo sin raspa, una avena, girasol… tendremos mucho trabajo avanzado.
Hace años, en la sociedad de cazadores del pueblo entablamos amistad con un tractorista que era un auténtico lince y con el que pudimos disfrutar de innumerables lances. El filigrana tenía un ojo puesto en el tractor y el otro en la orilla de las siembras. Por lejos que estuviera y a poca luz que hubiese era muy difícil que un jabalí se le metiese a gorronear más de dos noches seguidas sin que nos sonase el teléfono: «Vente para acá, que este es bueno. ¡Asoma sobre el trigo un palmo!». Y allá que íbamos, si no podíamos alguno esa misma tarde, a la siguiente. Lo recogíamos del tajo y se venía con nosotros a decirnos por dónde entraban. Casi siempre se sentaba a tu lado y disfrutaba pegándonos un tirón de la camiseta cuando los bichos hacían acto de presencia justo por donde él nos había dicho: «¡Ahí lo tienes!», te susurraba al oído acercándote con su mano de pan de carrasca. Cuando lo contrataron en otra finca nos dio un disgustazo, como si se nos hubiese muerto alguien.
Pero si no tenemos la suerte de contar con tan buenos confidentes es muy importante que sepamos distinguir los diferentes tonos de la siembra a simple vista y con los prismáticos. Aprender que en verde, la avena y el trigo son más oscuros que la cebada; que el trigo, en especial el que les chifla, luego se torna marrón rojizo y la avena, más clarita. Que la veza se distingue porque no levanta apenas y luego también rojea… Todo esto lo da la práctica o alguien con más horas de vuelo que nos lo vaya aclarando. Eso nos permitirá que con un vistazo desde cualquier altozano sepamos cuáles son las zonas a explorar más detenidamente.
Localizadas estas parcelas de su especial predilección yo os aconsejaría evitar desperdiciar tiempo, por ejemplo, en otras de cebada o trigo de distintas variedades, pues son cultivos que no suelen comer si pueden elegir. La lengua, el cielo de la boca, la garganta… se les quedan como un cepillo de alambres cuando comen espigas de estas hasta el punto de que se les oye toser y carraspear con fuerza y al principio se piensa uno que hay algún otro cazador asmático por esos andurriales.
2. Fíjate en el viento
Lo sé, es algo de primero de esperas, pero si el viento no sopla perfecto o casi perfecto lo mejor es renunciar a colocarse, buscar otro lugar donde venga mejor o, si no es posible, renunciar a cazar ese día. Lo que sea antes de airear la zona y mosquear a unos guarros que después serán muy difíciles de engañar si es que se deciden a volver al mismo lugar en que han olisqueado el peligro.
Aparte, no sé a vosotros pero a mí me pasa que cuando estoy sentado y el viento me pega algún ‘rabotazo’ descontrolado hacia el monte me desanimo y el tiempo se me pasa muy lento ante la perspectiva de estar haciendo el canelo. Es cierto que los guarros grandes son más fáciles de abatir en un sembrado, con la condición de que no tengan la opción de ‘cazar’ nuestro tufo a adrenalina… con suavizante de lavadora y efluvios de aceite de armas.
3. No tengas prisa y localiza sus pasos
Sé que a veces es complicado hacer las cosas como se debe porque todos vivimos prisioneros del tiempo disponible, pero lo ideal es, una vez que controlamos un lugar que puede ser querencioso por el tipo de cultivo, recorrer la orilla de la siembra con el monte buscando las entradas siempre por la mañana, de modo que transcurran las horas suficientes como para que no recelen de nuestra olor.
Hay guarros confiados y otros muy recelosos, y lo mejor es no pisar demasiado tarde el sitio por el que ellos deben entrar, así optamos a ambos. Caminaremos atentos buscando las trochas de acceso a la siembra, prestando atención y comprobando hacia dónde están volcadas las matas o las espigas y así saber si es entrada o salida. Levantad la vista de vez en cuando y mirad alrededor porque esta actividad embelesa y os puede pasar lo que a mí. Absorto y con mi cabeza gacha me metí a diez metros de una guarra recién parida que amamantaba media docena de rayones. Al verme de sopetón pegó tal arranque que tres o cuatro marranetes llegaron volando hasta mis pies tras desenchufarse y hacer un ruido como de bebé al que quitas el chupete. Tuve que hacer la moviola y marcarme un Michael Jackson hasta que me alejé lo suficiente y pude darle la espalda.
5. Busca sus rastros
Las mascajas o ‘estropajos’, como les llamamos en mi tierra, son la prueba definitiva de que los guarros están comiéndose esa parcela, y si encima vamos de mañana y al apretarlos se pueden escurrir, el corazón se nos acelera. Más tarde, cuando la comida está más seca apenas escupen ningún desecho y hay que estar más atento a las espigas comidas, los rodales de siembra machacados y las heces. Si son frescas el jabalí está entrando, y además casi seguro que, si las encontramos por doquier, esa siembra será la primera que visitan. El guarro caga donde primero come, hablando mal y pronto.
Por supuesto, las huellas nos dan una idea de la cantidad y tamaño de los comensales, pero cuando llevan mucho tiempo entrando al final el galimatías de rastros puede ser difícil de interpretar. No desperdiciemos nunca la posibilidad de investigar al día o días siguientes a una tormenta o un chapetón primaveral. Como yo suelo decir, es un borrón y cuenta nueva y todo lo que veamos será nuevo sí o sí.
6. Usa tus prismáticos
Si la cosecha no levanta lo suficiente como para cubrir desde un guarro medianete en adelante la caza se simplifica porque los animales, medio tapados, no nos ven y creen que nosotros a ellos tampoco. Es muy fácil incluso más productivo dedicarnos a buscarlos con los prismáticos o con el nocturno, si lo usamos. Una vez divisados, y seguros de que tenemos el aire a favor, el rececho es bastante efectivo porque minimizamos la posibilidad de que al esperarlos muy cerca de su entrada en un momento dado el viento se revire y nos delate.
Si tenemos esta suerte y el cultivo está a la altura ideal lo mejor es mantener la distancia y, una vez entren, aproximarnos con cautela para tirarles. Sin embargo, en años como este, o en latitudes donde el cielo regala la lluvia con regularidad, es muy habitual que si dejamos a los jabalíes internarse no volvamos a verlos en toda la noche al quedar completamente cubiertos. Entonces debemos hilar mucho más fino. Es crucial que sepamos identificar con exactitud el lugar por donde los jabalíes acceden a la comida. Ya no basta con colocarnos ‘poco más o menos’ en la zona querenciosa. Disponemos de apenas unos segundos para ver al jabalí en la orilla y tirarle antes de entrar. Muchas veces, y dependiendo de la orografía, resulta más sencillo encontrar un lugar apropiado para tirarles a lo largo de la senda que traen para llegar a la pitanza. Es cuestión de seguirla unos metros y ver si ofrece mejores opciones de disparo.
7. Actúa rápido
De cualquier modo, lo común es tener poco tiempo para decidirse por uno –si es que viene la piara– y tirar. De hecho, más de una vez nos sucede que elegimos el jabato incorrecto y espantamos para mucho tiempo al guarraco imponente que andaba tras las hembras. No debemos fustigarnos por ello, es normal porque el lance es vertiginoso. No es como un cebo; si no te andas rápido te quedas oyendo pero no viendo jabalíes el resto de la noche.
Existe la posibilidad de que la siembra esté tan machacada que tenga muchas mellas en las que los animales se dejan ver después de meterse dentro, pero pocas veces podremos elegir y habrá que tirar casi a lo primero que dé la jeta en ellas.
En alguna ocasión me ha dado resultado un truco de lo más rústico cuando se me han metido de cabeza al cereal y he dejado de verlos. Sabiéndome perdido no me ha quedado otra opción que la de intentar la técnica de la piedra in crescendo. No es otra cosa que lanzar primero un ripio pequeño dentro del sembrado, por delante de él o los bichos. Un solitario necesita poco para asustarse y volver a salir por donde entró con un poco de fortuna. Con las piaras a veces he acabado lanzando pedruscones como un melón dentro y no parecían enterarse. En muchas ocasiones no me ha funcionado y no he conseguido tirar a la salida, pero en otras si pues les da por hacer una pequeña ‘paradica’ antes de meterse al monte, y en ese impás he trincado varios, incluso dos y hasta tres de la misma piara.
8. Ten paciencia: puede que tires dos veces
En un cebo rara vez podemos disparar a más de un jabalí aunque entren varios porque la estampida tras el primer tiro es frenética. Sin embargo, en las siembras es posible foguear varias veces en buenas condiciones si tenemos un poquito de temple. El guarro se siente protegido y a menudo no se decide a emprender carrera en dirección al monte, que a su modo de ver es menos espeso si lo miramos desde su perspectiva en el suelo. Una vez me avisó un propietario de que en un arrozal que lindaba con la caja del río Segura los jabalíes llevaban un tajo pasmoso y que con el frescor y la tranquilidad entraban a comer a media tarde.
Allí nos colocamos mi amigo Juan y yo con sendos rifles, en un alto junto al río desde el que se divisaba todo el estropicio. A la hora del bollycao la vega del río parecía un hormiguero de bultos negros que se dirigían hacia donde habían dejado la siega el día anterior. Con cada estampido los jabalíes pegaban una carrerita y se volvían a parar. Tras el tiroteo contamos siete bajas ‘enemigas’, por lo que nos pegamos un tute de sacar bichos que desde entonces tengo la lumbar número cinco rememorándomelo cada mañana.
Dicen que los navajeros no salen a la luz de la luna, pero mi experiencia es muy contraria a esta afirmación. Gran cantidad de ellos han caído con el lomo reluciendo bajo su reflejo potente. Es cierto que los monoculares nocturnos son una pasada. Yo los uso poco. Al fin y al cabo, creo que nunca dejaré de ser un lunático incorregible. Tan a gusto me encuentro en esas noches con la banda sonora de los grillos y el lucero en lo alto… que a punto he estado alguna vez de romper a aullar.