Por Juan José Muñoz (biólogo)

Son varios los motivos que impulsan a muchos gestores a tomar medidas para tratar de aumentar el número de orejudos que habitan en sus territorios: además de los puramente cinegéticos –es una especie capaz de soportar una intensa presión cuando su densidad es alta, proporcionando entretenidas jornadas de caza–, su presencia puede favorecer las poblaciones de patirrojas, que se ven aliviadas del acoso de los predadores, para los que el conejo se convierte en su presa favorita.

Pero conseguirlo no es sencillo, y lo más frecuente es fracasar en el intento. Mi consejo para estos gestores es acudir a un técnico especializado: el coste económico será algo mayor, pero se ahorrarán más de un disgusto. En este artículo repasamos cinco de los errores más comunes que suponen una pérdida de tiempo y dinero. ¡No caigas en ellos!

1-. Repoblar en madrigueras

Este método consiste en liberar conejos dentro de las huras tapando después las salidas durante un día para que no puedan salir de ellas. El objetivo es ‘aquerenciarlos’ a la madriguera y así fijarlos al territorio… algo que nunca conseguiremos de esta manera –lo que sí tendremos será otro restaurante para zorros, esta vez con conejos preenvasados–.

Además, corremos el riesgo de infectar las madrigueras con parásitos y virus transmitidos por los ejemplares que morirán dentro de ellas a causa del estrés, poniendo en riesgo a los pocos conejos autóctonos de nuestro coto.

2-. Soltarlos en el campo

Consiste en comprar conejos y soltarlos directamente en el coto. Multitud de estudios científicos han demostrado que más del 90% de estos ejemplares mueren durante los primeros días, sobre todo debido a la depredación y a las complicaciones derivadas del estrés del manejo –lesiones durante la captura y el transporte, vacunación, enjaulado…–.

Traducido: si sueltas 100 conejos en tu coto es probable que, transcurridos 15 días, sobrevivan cuatro o cinco… que además se habrán alejado de la zona de la suelta iy puede que estén ya por el coto vecino! A esta equivocación yo la llamo ‘hacer un restaurante para zorros’: los conejos introducidos no están ‘aquerenciados’ al nuevo territorio, por lo que emprenden la huida en busca de un hogar vagando sin descanso durante días. Al estar desorientados y desconocer el terreno suelen convertirse en presas fáciles, así que cuantos más soltemos más lustrosos y panzudos se pondrán los raposos del coto.

La alternativa correcta a las sueltas –tanto en el campo como en madrigueras– consiste en realizar repoblaciones en cercados o parques de aclimatación o vallados de repoblación en semilibertad.

3-. Repoblar con conejos inadecuados

Hay que acabar con la falsa creencia de la existencia de razas o variedades de ‘superconejos’ resistentes a las enfermedades, cualidad por la que, en teoría, se llegan a convertir en una plaga allí donde se haya repoblado con ellos. La realidad es distinta: al trasladarlos de su hábitat, estos animales suelen perder su ‘resistencia’ al entrar en contacto con otras variedades de virus a los cuales nunca se habían enfrentado. Además, corremos el riesgo de que que nos den ‘gato por conejo’ y en realidad nos estén vendiendo híbridos de granja de pésima calidad… eso sí, muy baratos.

Debemos utilizar conejos adecuados y de calidad. Los ideales son los autóctonos, ya adaptados a su hábitat, o los procedentes de zonas próximas al coto, pero siempre ejemplares adultos y silvestres que saben buscar alimento y escapar de las alimañas.. Deben liberarse en óptimo estado físico, libres de enfermedades, sin lesiones, con el mínimo estrés… algo que se consigue con un manejo adecuado –captura, transporte, suelta o cuarentena con veterinario…–.

4-. Hacer majanos improvisados

Muchos ‘gestores’ llevan a cabo actuaciones poco planificadas en las que, además, pretenden invertir el menor dinero posible. Así, construyen dos o tres refugios artificiales con palés, piedras y ramas –con comedero y bebedero incorporado– y la convicción de que en poco tiempo se llenarán de conejos que se irán expandiendo por todo el coto. Transcurridos un par de años se desengañan al ver que no hay rastro de lagomorfos, llegando a la conclusión de que cualquier actuación para aumentar su población es inútil. Falso: hay sistemas que sí funcionan, pero hay que saber llevarlos a cabo.

Para hacerlo bien debemos dividir el territorio en unidades de un mínimo de cinco a diez hectáreas cada una y concentrar las actuaciones en una concreta: construiremos ocho o diez buenas madrigueras –muy próximas entre sí–, otros tantos refugios y uno o dos cercados de repoblación y realizaremos mejoras de alimentación en esta zona –con microsiembras, microdesbroces, abonado, comederos, bebederos…–. Planificaremos estas actuaciones a medio plazo –de tres a cinco años–. 

Majano improvisado /©JDG

5-. Echar mucha comida y soltar pocos conejos

La eficacia de las actuaciones para aumentar la población de conejos depende de su densidad inicial: según ésta, llevaremos a cabo unas u otras actuaciones. Se suele cometer el error de realizar grandes siembras, desbroces o mejoras de pasto cuando dicha densidad es muy escasa. Estas medidas son muy poco efectivas en estas circunstancias, suponen un importante desembolso económico y tan sólo favorecerán, en todo caso, a otros animales: ciervos, jabalíes, perdices, palomas… 

Estas mejoras en la alimentación sí ‘funcionan’ cuando disfrutamos de densidades moderadas o altas de orejudos. Una población bien alimentada puede convertirse en un hervidero de conejos en muy poco tiempo.