El medio rural está alzando la voz pero sus desgarradores gritos de auxilio parece que no penetran en las conciencias necesarias. Desde los despachos se sigue haciendo oídos sordos a las súplicas de ganaderos y pastores que, a diferencia de ellos, conviven diariamente con el lobo ibérico (Canis lupus signatus).

Un ejemplo claro lo encontramos en el joven pastor Rubén López. Este asturiano de 24 años de edad dirige los pasos de un fenomenal rebaño de cabra bermeya, una raza autóctona del Principado de Asturias que, a diferencia del lobo, sí catalogada en peligro de extinción y que carece de protección alguna.

Una denuncia a nivel nacional

Rubén aprovechó las cámaras de La Sexta y del programa NATURAL hace solo unos meses para lanzar una voz de alarma que se escuchara en todo el país. Sus cabras se mueren. «El lobo me mata entre 90 y 100 cabras al año. Estando en peligro de extinción como está, yo no veo a nadie defendiendo a la cabra bermeya como se defiende al lobo», manifiesta mientras chista a dos cabras rezagadas para que se junten con las demás.

«Un aperitivo para el lobo»

Según explica el joven pastor, es fundamental tener a todas las cabras bajo control en todo momento. Si alguna se desorienta y se separa del grupo, el fatal desenlace es inminente. «El lobo es un animal muy astuto y, aunque no se deje ver, él siempre está pendiente de las cabras y sigue su rastro permanentemente».

Un poderoso mastín custodia el rebaño como medida de seguridad y sus encontronazos con el temido depredador han dejado marca en su tremendo corpachón. Después de una cruenta batalla con ellos, apareció lleno de dentelladas, sin la mitad de una oreja, «vino más muerto que vivo», explica Rubén. Además, el pastor argumenta lo mismo que otros ganaderos del norte de España: una o dos cabras no dan trabajo al lobo y son relativamente fáciles de matar. Sin embargo, cazar un jabalí o un corzo supone un esfuerzo mayor. «Tienen que correr detrás de él y si es un jabalí adulto le va a hacer frente…».

Desde luego el panorama es desolador para un mundo rural en auténtico riesgo de extinción, que mira a los ojos del lobo día a día, sin recibir ayudas por parte de nadie. «Supuestamente yo tengo que quedarme de brazos cruzados viendo como el lobo destruye mi futuro y mi modo de vida», se despide Rubén.

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