Por Rafael Pérez de la Calle

Todo comenzó el viernes 23 de octubre. Mi amigo Ramón me pasó a recoger por casa para irnos a nuestro coto en Palencia. Una vez allí, nos dejamos deleitar por los colores del otoño, que ya pintaban los bosques de naranja y amarillo. No pudimos resistirnos a tanta belleza, así que decidimos entrar y caminar por dentro del monte para cazar andando los venados. Nuestros pasos eran silenciosos, debido a la humedad otoñal que reposaba encima de las hojas caídas. Por ello, nuestras esperanzas de levantar algún animal, eran bastante altas.

No tardamos en visualizar, a unos 30 metros, una cuerna de venado que salía del suelo.

-«¡Rafa prepárate! ». Me dijo Ramón.  -«Hay un venado ahí encamado».

Pusimos de nuestra parte todo el sigilo posible y, acercándonos al animal, este no parecía notar nuestra presencia. 29 metros, 20, 15, 10, 5 metros… «¡Qué sigilosos somos!”. Pensó Ramón para sus adentros. Pero la realidad era una bien distinta: al acercarnos por completo al animal, pudimos comprobar que se trataba de un ciervo muerto de algunos días o incluso semanas.

El venado que se encontraron muerto. © R. P.

El insoportable olor a venado en descomposición, no nos impidió disfrutar de la belleza de su cornamenta.  Pasamos unos minutos debatiendo acerca de la causa de la muerte del animal antes de ponernos de nuevo en marcha. Nos debatíamos entre un ataque de lobos, o un disparo mal puesto por parte de otro cazador. La segunda opción fue la que más nos convenció.

Conmovidos por semejante imagen, nos dispusimos a seguir con lo nuestro. La mañana no nos estaba brindando ningún lance, así que decidimos volver al coche para movernos de zona. De camino al coche, nos apareció un venado bastante bonito a unos 100 metros. El animal ya nos había visto, y sus escapatorias estaban muy cerca, así que me dispuse a encarar, sin trípode, y con un visor de montería (usamos un visor de corta distancia ya que ese día, el plan era caminar por un monte muy cerrado). Disparo fallido.

Así concluyó el día. Decepcionados por el lance fallido, pero contentos por descubrir aquel gran venado muerto en medio del bosque. No podíamos imaginarnos de que manera nuestra suerte cambiaría al día siguiente.

El zorro despistado

El zorro abatido durante el rececho. © R. P.

La mañana del sábado nos recibió con una espesa niebla. Nuestras opciones de ver algo eran muy reducidas, por lo que nos montamos en el coche y nos dispusimos a ir a comprobar una de las cámaras de fototrampeo que tenemos colocadas cerca de una baña natural.

De camino al lugar en cuestión donde estaba el ciervo, y con la niebla algo disipada, vimos un zorro que se calentaba mientras cazaba en una siembra a unos 230 metros. Un cortado bastante alto nos separaba. Me tumbé en el suelo y probé suerte a tan elevada distancia. Erré el primer disparo, que se fue alto. El zorro salió corriendo asustado, pero su error de cálculo lo hizo correr hacia nosotros. Antes de llegar a un lugar seguro, decidió pararse para mirar en dirección contraria a la nuestra. No dudé y acerté el disparo.

Ramón y yo lo celebramos. Se trataba de un zorro muy bonito y de un lance difícil.

 Nos dispusimos a preparar un buen taco merecido, sin ser conscientes de la sorpresa que se avecinaba esa misma tarde.

«Matusalén, el viejo ciervo deforme»

venado
El venado que abatieron. © R. P.

Pasamos el resto del día caminando por el coto sin mucho éxito. Algún corzo se dejaba ver, pero la cosa no iba con ellos. Decidimos pasar el resto de la tarde apostados en una siembra, en una zona donde, en anteriores ocasiones, habíamos visto algún venado prometedor. Era una tierra extensa, rodeada de monte de roble, lo que nos obligaba a estar atentos en 360 grados a nuestro alrededor.

Después de 1 hora y media de espera, Ramón visualizó algo:

Hay algo ahí, pero no se lo que es». Comentó Ramón.

Ramón miraba con los prismáticos y yo a través del visor. En la espesura de un robledal, situado a unos 160 metros de nosotros, se apreciaban dos largos palos. Parecían luchaderas, y nos parecieron muy largas.

Prepárate Rafa, en cualquier momento se va a levantar y podremos valorarlo».

Los 15 minutos que me pase mirando por el visor, esperando a que el animal se levantara, se me hicieron eternos.

De pronto el animal decidió levantarse y pudimos apreciar que clase de venado era:

Es deforme Rafa». Dijo Ramón.  –«Y tiene unas luchaderas de escándalo».

El ciervo comenzó a caminar lentamente, y yo creía que se me iba a salir el corazón por la boca.

Se paró justo en una ventana natural, dentro del robledal. Agachó la cabeza para comer y no me lo pensé. Respiré hondo para calmar mis nervios y disparé.

-«¡Ha caído seco Rafa! », apuntó Ramón.

No pude esconder mi sentimiento de felicidad. Mi primer venado, un ciervo deforme, y lo había abatido después de un duro fin de semana lleno de sorpresas. ¡La guinda del pastel!

Nos acercamos al lugar del impacto a toda prisa. Al llegar, nos abrazamos Ramón y yo al comprobar que se trataba de un ejemplar selectivo, muy viejo, con una cornamenta deforme y unas luchaderas que medían 50 centímetros de largo.

Tras sacar toda la carne del animal, nos pusimos en marcha. Llegamos a casa y estuvimos un buen rato enseñando el trofeo a nuestros familiares, mientras les contábamos todo lo ocurrido en aquel fin de semana inusual.

Son aventuras como estas las que hacen de la caza una práctica enriquecedora.

La mejor historia de caza de esta temporada tiene un premio valorado en 1.700€ en Jara y Sedal

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