israel hernandez

Se llaman endorfinas. Son neurotransmisores segregados por la hipófisis, una glándula muy pequeña que se encuentra en la base de tu cerebro. Cuando se generan, se extienden por todo el sistema nervioso y se convierten en un potente analgésico, provocando sensaciones agradables y de placidez. Normalmente aparecen cuando haces ejercicio intenso y se liberan como respuesta al dolor. Se trata de un premio que la evolución nos concedió para, entre otras cosas, protegernos del riesgo que suponía cazar y empujarnos a diseñar estrategias que nos permitieran depredar. Por eso eres feliz cuando cazas. Y por eso no lo puedes explicar ni razonar.

En la vida sedentaria y sin caza que vivimos en la actualidad, una de las mejores formas de segregar endorfinas es el deporte y el ejercicio intelectual. Cada corredor que nos cruzamos por la calle, cada aficionado al ciclismo que adelantamos en la carretera, cada creativo que idea una genialidad es un cazador frustrado con ganas de ser feliz. Es precisamente esa adicción al placer la que trazó pinturas rupestres que hoy nos cuentan que el primer ejercicio artístico desarrollado por el hombre fue para hablar de caza.

Cazar siempre fue placentero. Por eso en muchos lugares y épocas de la Historia los poderosos privaron a los humildes de este derecho, reservando el privilegio de llevarlo a cabo a nobleza o clero. Cientos de reseñas de la Edad Media nos hablan de ello. Más tarde, con la llegada de la Ilustración y la Revolución Francesa el triunfo de la razón dejó de proscribir a los cazadores humildes que cazaban para comer o protegerse y les permitió liberar endorfinas de manera limpia y legal. Sin pecado. Endorfinas no furtivas.

Las paredes del Museo del Prado nos hablan de ello: Goya, Velázquez, José del Castillo, Moreno Carbonero… decenas de artistas nos cuentan cómo se ha cazado desde hace siglos por estos pagos. Aun así, a pesar de llevarlo impreso en nuestros genes, en nuestro sistema nervioso, en nuestra cultura, desde Altamira hasta Delibes, hay diputados como Luis Salvador, de Ciudadanos, que se permiten el lujo de decir en el Congreso que la caza «no tiene tradición en España». Con un par.