Según Katherine Zink y Daniel Lieberman, autores de la investigación publicada por la revista Nature, la incorporación de la carne a la dieta de nuestros antepasados hace 2,6 millones de años consiguió que nuestro esqueleto y musculatura mejoraran, permitiendo una sustancial evolución de nuestro cerebro y los órganos encargados del habla.
16/03/2016 | Redacción JyS
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Zink y Lieberman, antropólogos evolutivos de la Universidad de Harvard dedicados a la investigación de la evolución de la mandíbula, realizaron una prueba: los individuos elegidos debían consumir alimentos como carne cruda y otros alimentos vegetales ricos en almidón consumidos en el Paleolítico inferior como el boniato, la remolacha o la zanahoria. Estas pruebas se realizaron sobre 34 sujetos diferentes, divididos por edades para poder analizar la fuerza y el tiempo empleados en poder masticar cada alimento antes de ser ingerido.
La investigación arrojó unos datos interesantes: a nivel de masticación y digestión, la carne cruda ofrecía más ventajas. Para empezar suponía una reducción en los movimientos de masticación de un 17% y de hasta un 26% si hablamos de la fuerza que se debía ejercer con la mandíbula. Además, requería un 41% menos de esfuerzo digestivo.
Asimismo, tanto Zink como Lieberman explican el cambio que se produjo en la dentadura humana, que permitió en cierto modo la reducción del tamaño de nuestra mandíbula actual. Según los autores, la carne es muy difícil de masticar con las muelas romas y con pocas crestas propias de los homínidos y grandes simios. «Los carnívoros, por el contrario, tienen molares afilados y dientes diseñados para cortar que les permiten masticar la carne cruda», ha asegurado Zink.
Lieberman explica que la carne cruda en grandes pedazos es algo muy difícil de masticar: “Esto se debe a su gran elasticidad, por lo que se necesita una dentición afilada, diseñada para cortar, para poder comerla de forma eficiente. Nuestra dentición no está preparada para ello, y por eso los primeros humanos necesitaron la ayuda de las herramientas. Es algo que también le ocurre a otros grandes simios. En nuestro experimento vimos cómo un chimpancé adulto puede tardar 11 horas en consumir un pequeño mono de cuatro kilos de peso, del tamaño de un gato, y aunque el cuerpo incluye huesos, cartílagos y otras estructuras difíciles de masticar, se emplea más tiempo en el consumo de carne cruda cuando se posee una dentadura poco afilada», ha asegurado el investigador.
El estudio concluye que la incorporación de carne en la dieta ayudó a especies como el Australopithecus a invertir menos tiempo en la masticación de vegetales, dado el menor esfuerzo que suponía también masticar la carne. Asimismo, el comienzo de la fabricación de herramientas de piedra también ayudó a la hora de reducir la energía que se empleaba en este proceso. A nivel evolutivo, esto permitió reducir drásticamente el tamaño y potencia de la mandíbula, lo que permitió también que éstos pudieran mantener la cabeza más erguida, facilitando también un mejor funcionamiento del aparato fonador. Por otro lado, el incremento en la ingesta de carne ayudó a desarrollar el cerebro, un órgano cuya demanda energética es constante y elevada. De ahí el paso hacia la especie Homo.