Álex N. Lachhein
Álex N. Lachhein | Naturalista y divulgador medio-ambiental -22/2/2017- 
No tengo por costumbre escribir dos veces seguidas sobre un mismo tema pero, como ayer, al tratar el asunto de este post -en mis redes- no tuve tiempo de meterme a fondo en un análisis profundo acerca de la esencia del mismo, y dada la gravedad del tema en cuestión, pues heme aquí hoy dando una nueva vuelta de tuerca a esos politicuchos sin oficio ni beneficio de nuestro país y a los que, erróneamente, hemos dado en llamar ecologistas.
Inasequibles al desaliento. Así llevan los ecologistas españoles desde los gloriosos años de Félix, intentando prohibir día sí día también y desde hace casi ya cuarenta años, la práctica legal y legítima del deporte de cetrería. Un arte noble de caza, ético, justo, absolutamente ecológico, sostenible medio-ambientalmente, y que fuera resucitado en España en la década de los sesenta por el malogrado divulgador burgalés. No se lo perdonaron los incipientes ecologistas de la epoca al Doctor. Ni que fuera cazador, tampoco, por supuesto. Sólo podían consentir una única postura y verdad los parásitos del dinerito público: la suya. Y así siguen a día de hoy, mintiendo, y siendo incapaces de explicar a la ciudadanía su odio tan profundo hacia un arte de múltiples aplicaciones en los tiempos modernos, y catalogado como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO desde el año 2010. Sólo envidia y rencor se percibe desde los setenta en los ojos de todos ellos. Y desde hace cuarenta años también, tristemente, los cetreros españoles ahí siguen aguantando y no haciendo otra cosa que encajar injustamente los golpes, y defendiéndose sin la ayuda de nadie.
En su última diarrea cerebral y adoctrinatoria, los de Ecologistas en Acción-Ciudad Real han lanzado muy indignados ellos, un comunicado de prensa a raíz del arranque de un pequeño mercado medieval en la localidad de Tomelloso. Critican a su alcalde el incluir en el mismo las actividades cetreras, así como la presencia en exposición de algunos reptiles. Señalan que -ojo al dato porque tiene miga-, a pesar de ser una actividad absolutamente legal y regulada la cetrería, es un tremendo error apoyar desde un municipio a empresas de nula pedagogía y que basan sus beneficios en la explotación de la fauna salvaje.
Llegados a este punto, el discurso verde ahí que ya empieza a hacer aguas. ¿Error, algo que es absolutamente legal, legítimo, y más encima cultural y ético? ¿Estamos tontos o qué? ¡Pero si ellos mismos admiten la incuestionable legalidad de la cetrería!
No contentos con eso, continúan desde su púlpito moral por encima de toda maldad vomitando soflamas incendiarias, y ajenas todas a la verdad. Rebuznan por ejemplo que, el buen momento de los mercados historicos «supuestamente culturales» (¿ein?), «está suponiendo la penetración social y cierta justificación social de la cetrería, rechazada categóricamente por las asociaciones ecologistas y de defensa de los animales».
Lo he tenido que entrecomillar de forma literal porque vaya tela… Esta es una frase muy importante en el argumentario, ya que define perfectamente a quien la dice. Da a entender que hay algo cada vez más aceptado socialmente, pero que a ellos no les gusta un pelo. A lo que yo les respondería que, las opiniones, son como los culos: todo el mundo tiene uno. ¿Quién coño se creerán ellos para rechazar nada en nombre de la mayoría, si no son más que una secta absolutamente minoritaria en el censo de la población, eh? Esa es sólo su opinión, que a fin de cuentas es la de cuatro pelagatos subvencionados con el dinerito de todos.
Y continúan las verdes mentiras a golpe de megáfono. Transcribo literal: «La captura, cría, tenencia en cautividad y exhibición de rapaces es sostenida a menudo por el tráfico ilegal, que llega a afectar a poblaciones silvestres amenazadas. Del mismo modo, su ciclo biológico y comportamiento resultan gravemente trastocados al ser obligadas a vivir en cautividad, a la falta de espacio, al estrés provocado en el transporte y en la exposición diurna (presencia continua de gente, flashes, ruidos), a una deficiente alimentación o a una insuficiente actividad física».
Casi nada, ¡¡¡uufff!!!… A ver si puedo ser conciso. Las aves de presa utilizadas en el arte noble de cetrería, hace casi cuarenta años ya que se crían en cautividad. No se capturan del campo. Llevan generaciones naciendo al lado del hombre. En su día los primeros ejemplares fueron ciertamente de origen silvestre, como también lo fueron el lobo y el chacal antes de convertirse en el animal domestico que hoy es el perro. Todos los halcones, azores, águilas, búhos y gavilanes usados en el deporte de cetrería, son animales domésticos y acostumbrados desde pequeños a la convivencia junto al ser humano. Son muchas generaciones ya. No hay amenaza a ninguna población silvestre puesto que no existen desnides. De hecho, el asunto es justamente al contrario: las poblaciones de rapaces más amenazadas de extinción en España, pertenecen curiosamente a especies cuya conservación es competencia de los ecologistas, y que no son de interés en ningún caso para la cetrería: águila imperial, buitre negro, quebrantahuesos… Las de interés cetrero en cambio, gozan de poblaciones absolutamente saneadas y abundantes: azor, halcón peregrino, águila real… Tampoco existe el tan cacareado tráfico ilegal. Pura ciencia ficción. Leyenda urbana del ecologismo desde hace cuatro décadas. No hay actividad más regulada y controlada que la caza, y con ella la cetrería. ¿Quién compraría un animal ilegal, sin documentación, anilla o prueba de sangre, arriesgándose incluso a penas de cárcel, cuando por muy poco dinero encuentras ese mismo animal en el mercado? ¿Y qué decir del supuesto stress o mala alimentación, cuando los cetreros quieren a sus aves más que a sus propios hijos a veces, y por eso que muchos de ellos estan hasta divorciados a causa del amor hacia sus halcones? No existe un sólo cetrero en el mundo que se atreva, no a dar, sino tan siquiera en pensar, el dar de comer a su pájaro una comida en mal estado a riesgo de que se muera. Eso, simplemente, sólo existe en la mente manipuladora e ignorante de un ecologista en acción. Y de la forma física de los halcones de cetrería yo creo que no vale la pena ya ni comentar nada porque, salta a la vista que para cazar una paloma, una perdiz, un faisán o una liebre silvestres, hay que estar igual de fuerte que un halcón del campo. De lo contrario, te vuelves a casa sin cenar.
Continúan los demagogos gobbelianos en su panfleto de hoy (van a uno por mes más o menos), gritando que la cetrería y todo lo que conlleva, es la pura antítesis de la cultura científica y ambiental, que las rapaces son criaturas libres y que tenerlas al lado del hombre deforma su condición, su dignidad y función ecológica, retroceso inaceptable bajo el amparo de las administraciones públicas como es el caso de Tomelloso.
Claro, yo me imagino a ese pobre alcalde, querido por sus vecinos seguramente y en la convicción de haber obrado correctamente y en todo momento de acuerdo a la ley, leyendo este panfleto acusatorio hacia su recto proceder, con su cara de asombro y de no entender absolutamente nada… ¡y es que se me cae el alma a los pies!
Los rastreros de los ecologistas acusan al regidor municipal de Tomelloso de nada menos que «legitimar el expolio de la fauna salvaje». Así, literal. Algo gravísimo y que debiera haber sido motivo de querella judicial por injurias, calumnias y falsedad manifiesta desde el mismo momento en el que el comunicado se hizo público. Pero como la ambición acusatoria ecologista no tiene límites, señalan en su escrito también el supuesto poco celo de las autoridades municipales en comprobar las licencias y permisos de los expositores de animales. Todo es poco para los mamarrachos vestidos de verde, con tal de conseguir imponer sus criterios prohibicionistas y dictatoriales.
Finalizan los bien subvencionados de los ecolistos (cuan gilipollas no tiene que ser una sociedad para mantener a toda esta caterva de treinta mil parásitos), diciendo que «han solicitado al SEPRONA una minuciosa inspección que verifique la legalidad de estos puestos, especialmente en lo que se refiere a permisos de importación y Certificados CITES (que regula el comercio internacional de especies amenazadas), a la licencia de la Consejería de Agricultura, Medio Ambiente y Desarrollo Rural de exposición pública de especies silvestres en ferias y jornadas medievales, a la posesión de carnets de cetrería, y a cualquier otra documentación que acredite la procedencia legal de los animales, así como a su correcta atención veterinaria y nutricional».
Hay que ser imbecil, repito, para pensar esta sarta de gilipolleces en los tiempos que corren. Los del SEPRONA deben de estar muy contentos con ellos. Ya me imagino a los agentes de la Benemérita, de pueblo en pueblo y de aquí para allá, corre que te corre de inspección en inspección, en vez de estar persiguiendo a furtivos e infractores en el campo, que para eso están. Así nos va.
Pongo punto final a mi alegato formulando una pregunta a los estalinistas del traje verde: ¿Por qué? ¿De dónde viene el odio? ¿Cómo es posible que, siendo la cetrería un arte venatorio de más de 4.000 años de historia, ecológico, sostenible medio-ambientalmente, natural, selectivo, y por supuesto nunca masivo, estén los ecologistas por su prohibición? ¿Saben estos señores que la mitad de nuestra historia está vinculada a la cetrería? ¿Conoce esta gente que fueron cetreros, quienes consiguieron frenar la extinción del halcón peregrino en los setenta, acorralado como estaba por el DDT? ¿Tienen conocimiento estas personas que las técnicas y usos cetreros como el hacking, llevan siendo usadas por los biólogos desde hace décadas para la introducción en la Naturaleza de especies en peligro de extinción como el cóndor de California o nuestro escaso quebrantahuesos? ¿Saben los ecologistas que no existe ningún método efectivo en aeronaútica para evitar el llamado bird-stryke (choque con aves) que no sea la cetrería, y que si no fuera por el patrullaje constante de los halcones en los aeropuertos, nadie podría coger un avión? Por todo ello vuelvo a preguntar: ¿por qué esa inquina? ¿Qué motivos hay para el odio a todo un pacífico colectivo que se autoprovee de sus propios animales y que, por no molestar, ni plomo siquiera deja como residuo contaminante en el suelo del monte fruto de su actividad en el medio? ¿De dónde, señores, viene su odio? ¿Qué cosa tan grave hicieron los halconeros en el pasado para que, cuarenta años después, sigan ustedes clamando por su crucifixión? ¿Pueden explicarlo convincentemente a la ciudadanía? ¿De verdad creen que pueden?